Ejercicio poscrítico de un texto teatral de Juan Edilberto Sosa
La escena, antes en penumbras, empieza a iluminarse lentamente. Una luz dura, desde un foco, ilumina el centro, donde está sentado, con las manos y los pies atados al mueble, El Dramaturgo/Director. Parece estar dormido. Su cabeza cae sobre el pecho. Las demás luces crean un ambiente tenue y frío. De aparente distanciamiento. El público, que siempre hará el papel de actor-público, ya dentro del área de representación, permanece sentado en el escenario, intentando desmembrar maniquíes. Cortando restos de maniquíes.
Estamos en El Subterráneo.
Este es un sitio creado por el cirujano Jeans para descubrir qué es para él la felicidad.
Un laboratorio. Un lugar lúgubre, con algo de aire de quirófano pero lleno de herramientas y cadáveres. Es muy similar, aunque más contemporáneo, al creado por Paul Morrisey y Andy Warhol para Carne para Frankenstein en la versión gore del clásico de Mary Shelley.
El Dramaturgo/Director comienza a despertarse, por la acción del calor del foco sobre su rostro.
La luz del foco se concentrará con más intensidad en su rostro, impidiéndole mirar el resto.
Suda bastante. Uno de los actores-público le lanzará un cubo de agua sobre el rostro.
JEANS: (Con un libro en mano, hacia el público). La violencia y el imaginario de la violencia… ¿Eso crees, no? Una poética de la sangre y el horror. Una escritura del dolor y la belleza, no… Un texto “abierto a referentes y códigos, que dialogan con la realidad y también con lo destructivo, lo alucinante y lo visceral de una realidad irradiada de teatralidad”…
El Dramaturgo/Director está sentado. Intenta moverse pero no puede levantarse.
A su alrededor los actores-público continúan desmembrando maniquíes. Se lanzan los miembros, no dejándolos caer. Miembros ensangrentados que conservan retazos de tela, fragmentos de ropa. En eso parece consistir la primera parte de lo que les ha indicado Samurái (podemos imaginarlo ya como un samurái a la usanza tradicional, ya como Alain Delon en la película de Jean-Pierre Melville; preferiblemente como el segundo). Este es el “arte de desmembrar maniquíes”. En la pantalla, cubriendo un área amplia, se proyectarán fragmentos de la película Halloween, de John Carpenter, con escenas violentas y repetitivas, creando una sensación de asfixia. La música es estridente y ruidosa.
JEANS: Esto lo has creado tú…
Le dice Jeans al Dramaturgo/Director, que intenta hablar pero, amordazado, no puede.
JEANS: Yo soy tu creación. El centro de tu puzzle. Yo, de alguna manera, soy tú. Mírame...
Estamos en un mundo subterráneo. Como el de muchas películas de terror que ocurren en subterráneos, en habitaciones ocultas, puertas junto a la chimenea de la sala de una familia feliz. Como en Mártires, la película francesa de Pascal Laugier donde solo el verdadero dolor producido por el martirio, por las torturas más brutales, abre las puertas al conocimiento verdadero, a una visión trascendente de un mundo más allá de lo que todos pueden percibir. Como que el éxtasis del martirio es capaz de dejar ver a Dios.
—Estamos en temporada de orquídeas. Empiezan a florecer —irrumpe un audio de Madre.
JEANS: Yo tuve una orquídea de niño. La tuve gracias a un ciclón que acabó con las casas de los vecinos, una tormenta que arrasó con medio país. Mi orquídea estaba en la cima de un árbol. Altísima. La veía florecer en lo alto. Y cuando pasó el ciclón llevándoselo todo, arrancó de raíz el árbol y tuve mi orquídea. La tuve en mis manos y fui feliz. La corté pegada a la madera y la clavé a un cocotero que había sobrevivido a los vientos. Luego creció y floreció. Pero me fui y no supe más de mi orquídea. Ella quedó allí.

—¿Puedes llamarla tuya si te fuiste y la dejaste allí? ¿Decir “mi orquídea”? —Dice el eco de Madre…
JEANS: Cállate… Cállate, tú estás muerta y no sabes, nunca sabrás lo que es la belleza.
—¡El ladrón de orquídeas! ¡El ladrón de orquídeas! ¡El ladrón de orquídeas! —Grita el cuervo.
JEANS: ¡La belleza! Las formas de la belleza todo lo pueden. ¿Qué no haríamos por poseerlas?
En pantalla, entre los fragmentos de Halloween, de John Carpenter, y de otros filmes ochenteros del propio Carpenter, Wes Craven y Darío Argento, aparecen fotos de orquídeas. Las formas de las orquídeas se mezclan con las formas de las vísceras y la sangre. Orquídeas y sangre, orquídeas y vísceras, orquídeas y carne, orquídeas yacientes…
JEANS: Uno acaba destruyendo la belleza que ama, porque uno quiere saber de dónde proviene el amor y de dónde la belleza. Dónde se produce. Y lo hace usando los cortantes instrumentos del dolor, pues “no nos une el amor sino el espanto” (Borges) y si nos obsesiona la belleza, es sobre todo por el deseo de poseerla, de romper y pisotear su velo frágil.
El Dramaturgo/Director no puede hablar, aunque mueva la lengua. Está a merced de su creación, que conoce mejor que a él mismo, porque él, precisamente, le ha dado forma concreta. Está ahora como antes Madre y Joven en el mismo sillón, cuyos cuerpos están cerca, desnudos. Como él, el Dramaturgo/Director, decidió que Jeans colocara a Madre y Joven.
JEANS: Esto hiciste conmigo… Esto que ves aquí.
—¡Eso es todo y es nada! —Lanza el cuervo su alarido.
JEANS: Esto es solo el comienzo… Esta obra es cíclica. Ayer fue Madre, Joven, Mujer, Brud y tú… ¡El Subterráneo les da la bienvenida! Está será su casa hoy, mañana y siempre.
Samurái, que ha ido con una sierra eléctrica, similar al personaje de la película La matanza de Texas, cortando fragmentos de maniquíes, los reparte entre los actores-público. Con el resto del cuerpo comenzará a simular tener sexo de forma violenta, mientras en la pantalla los fragmentos de la película alternan con otros de similar carga de violencia. La pantalla no deja de mostrar sangre, cadáveres desmembrados y escenas de sexo violento. Las imágenes slasher se mezclan con fragmentos de snuff movie, o sea imágenes reales donde se tortura y asesina a personas. La pantalla se mezclará con la orgía de violencia que, entre los actores-público, Samurái y Jeans, realizarán en la escena.
CUERVO: ¡Eso es todo y es nada! —Vuelve a lanzar el cuervo su alarido.
Samurái empieza a desvestir al Dramaturgo/Director. En la pantalla se escuchan gritos de horror y gritos de placer, que se mezclan alternativamente añadiendo más caos al momento.
JEANS: Hoy es un día para analizar la belleza desde todas las formas posibles. Partiendo desde el exterior, que es apenas la superficie, hasta llegar a los laberintos del interior del ser.
El Dramaturgo/Director asiente con la cabeza. Él sabe cómo piensa. Él lo escribió.
Él creó todo y ya la suerte está echada. Cada palabra está escrita, no hay posibilidad de huida.
JEANS: Recuerda que la pena de muerte conlleva obligatoriamente a la creación del verdugo.
Jeans se quita la ropa.
La sangre comienza a dejar su marca gozosa en la piel.
La piel zanja los caminos del cuerpo.
El cuerpo se abre a las honduras del ser, como se abre una orquídea roja en la mañana…
La orquídea, el cuerpo, el dolor, el placer, la belleza…
—¡Bienvenidos a mi forma de la felicidad! —Grita Jeans.
Samurái carga nuevos cuerpos, enteros; amontona en una esquina del escenario cuerpos jóvenes, que comenzará a desmembrar con violencia, con una violencia casi sexual. Los actores-público se levantan, comienzan a quitarse la ropa lentamente mientras caminan y forman un círculo alrededor del Dramaturgo/Director sentado en una silla, y de Jeans, que está parado frente a él… Los actores-público empiezan a moverse, circularmente, mientras intercambian entre ellos fragmentos de maniquíes ensangrentados. Cuerpos difusos.
En la pantalla las imágenes, que han alcanzado un ritmo frenético, alternando escenas violentas con videos de todo tipo, van perdiendo en intensidad, hasta volver a los fragmentos iniciales. Un coro de gritos va in crescendo hasta ensordecer a todos en el lugar. Estamos en El Subterráneo, es una creación, una máquina, un remedo. El lugar donde se han incendiado las orquídeas. También una manera de ser feliz y encontrar la belleza. La luz lo inunda todo, antes de apagarse definitivamente y quedar en completo silencio.
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Sentado (y atado) en el centro de El Subterráneo