A juicio «Comunidad», una primicia para el sur

Por: Victor Cabrera Soriano


Mi lazo a la danza en Cienfuegos me viene por legitimidad. En mi tierra natal, las manifestaciones danzarías se han tornado un tanto “detenidas” por diversos factores, internos (por parte del gremio) y externos (relacionados con el apoyo a la manifestación). Pero bueno ese es otro texto.

El caso es que, en lo que va de año, dos compañías nacionales de danza subieron al Coliseo Mayor de la Ciudad y se ha dejado ver un rotundo interés de los habitantes, por este tipo de espectáculos. En febrero, Liszt Alfonso llegó al Teatro Terry para volverlo subsede de su Festival Ballet Beyond Borden y con ello traería influjos de nuevas tendencias del espectáculo musical cubano, que ya se replican en las escenas cienfuegueras.

Ahora, con el arribo de Comunidad al mimo escenario en el presente abril, por primera vez Cienfuegos asistió a la decodificación de un lenguaje dancístico que por años ha estado ligado a la rigidez coreográfica, en alegato a la preservación tradicional. Espero que la experiencia arrastre a los escasos coreógrafos de la ciudad, hacia un pedregal distinto en donde buscar para construir sus obras.

Asistí al estreno de Comunidad el pasado mayo de 2024, ese día salí del teatro con muchos desconciertos, pues me resultó agresivo a mi entendimiento una propuesta que no tenía antecedentes en mi expectación, ni en el registro de la compañía.

Por fortuna, la adaptación que se realizó para el 28 Festival Internacional de Ballet de La Habana, me reveló una Comunidad sin bombardeos de entradas y salidas y sin la extensión gratuita que supuso la  subía a la escena de los músicos invitados. Esta tercera vez frente a la puesta, en Cienfuegos, observándola más madura, sumado a un mayor acercamiento de mi parte all coreógrafo, enriquece mi lectura.

La pieza coreográfica de Leivan García escapa del hábito, no solo por la conmutación, tal vez, a un nuevo estilo en la coreografía folclórica, sino por la desaparición en ella del hieratismo que adviene a este tipo de praxis escénica. Sin perder de vista la raíz y demostrando una solides técnica de las formas asumidas en occidente para las danzas cubanas de origen bantú, Comunidad no es solo la historia de una etnia que se muestra unida.


En mi criterio es también el reflejo de la libertad que por derecho nos toca, es una protesta ante los cercos puestos a las persona, países o regiones. Significa el llamado a la unidad de un pueblo a defenderse ante la injerencia en su paz y soberanía.

Me deleita en lo profundo tratar de analizar una obra del lenguaje danzario folclórico y remitir el estudio a su significado; y no solo centrándome en las ejecuciones de pasos, sensaciones aportadas por la música o las riquezas de los diseños coreográficos.

Con Comunidad podemos hablar de una artesanía teatral que parte desde un estudio previo que ha sido interpretado parcialmente, por su creador e intérpretes. La intención de estos, no se totaliza hasta en tanto logren aportar mensajes, que serán re-descifrados por subjetividad de cada exportador que la perciba, en el hecho escénico. 

En este caso, el análisis me obliga a traspalar la taxonomía que plantea Bárbara Balbuena en 2017 – donde los “macroelementos esenciales” (para el análisis del hecho dancístico folklórico) son: el sujeto, la acción, el espacio y el tiempo –. En su lugar, Comunidad permite un ejercicio a partir de modelos más flexibles que propician el análisis a la lectura signo-simbólica, por encima de la corporalidad, el movimiento o la narración. Entendamos aquí la escena como un todo comunicacional. Tal como sucede en otros lenguajes del espectro de la “danza contemporánea”

Por lo tanto, lo valioso de esta composición, no vendría siendo las alianzas y colaboraciones entre agrupaciones nacionales o con importantes músicos. Tampoco, el homenaje a las rices cubanas o el empleo de las danzas de Palo o Makuta, ni la magnífica utilización del espacio – macado por un ingenioso estudio de movilidad por parte del coreógrafo –. El éxito de Comunidad tampoco viene por ser producción de una compañía nacional de primer nivel, ni por el lauro Villanueva de la Crítica 2024.

Aunque lo mencionado antes le aporte prestigio a la pieza, Comunidad es una joya por el salto a una compresión distinta de su hacedor hacia las formas de unir las piezas compositivas en la danza folclórica. Leivan trasmuta la conceptualización y el empleo de la semiótica desde la danza contemporánea hasta su coreografía. Este joven hacedor ya nos había mostrado un adelanto de sus intenciones en con la popular pieza Bara (2023) y antes con En mi patio (2017).

El uso de la fragmentación legible en el armamento dramatúrgico, la constitución de una historia original, con una técnica conocida, revelan una manera particular de asumir la coreografía en el género. Así mismo, la estructuración de escenas independientes en contenido y forma, pero enlazadas en mensaje, son muestra de la aplicación de estudios intelectuales a la creación escénica.

Leivan García como coreógrafo y director no ha renunciado a las estéticas que el Conjunto Folclórico Nacional nos tiene acostumbrados. Siguen las temáticas tradicionales, los elementos del hecho folclórico, los textos en las obras, la clarificación de personajes, el respeto a las técnicas y, aunque tal vez con otras combinaciones, se sigue bailando igual. También se canta en la lengua africana, se muestra el origen de las etnias; y el conjunto instrumental, en base, sigue sonando al ritmo de lo tambores.

Eso sí, desde las nuevas propuestas y gestiones, el CFN promueve una evolución al tratamiento, al hacer y entender del folclore escénico. Nada nuevo para la compañía que ha transitado antes por etapas similares: en los sesenta de la investigación etnológica a la representación formal del estudio; de la proyección pura del hecho producido en el foco, a la elaboración estilística de las danzas folclóricas y bailes tradicionales.

Posteriormente, siguió a la creación de una técnica que funge como código evaluador del ejecutor, llevada hasta la enseñanza académica y luego a la implementación y adición de recursos teatrales, dramatúrgicos y actorales, que volcó a la danza folclórica al concepto de espectáculo.

Para los tradicionalistas y conservadores debe quedar claro que no hay ruptura, sino ascenso. Por supuesto habrá una trasgresión mediana en los códigos y concepciones. Tal como pasó con Noverre en el siglo XVIII. Igual en rusia de Petipá a Gorski en el XIX y XX, o en toda Europa con Fokine, desde su Muerte del Cisnes (1905). Pero ninguno de estas permutas hizo desaparecer a la danza clásica, como tampoco pasará ahora con la folclórica en Cuba.

Sin absolutismos podría decir que asistimos, después de seis décadas a la re-escalada hacia el nivel de la Creación Espectacular Folclórica, que definió y llevo a la práctica Ramiro Guerra, estudioso primario de nuestra teatralidad danzaria, y que fue encerrada bajo el solo rótulo de danza moderna.

Me parece que el CFN nunca podrá descuidar la tradición, sino perdería su esencia, pero también considero que no se puede evadir el cambio, ni faltar al compromiso de contextualizar el arte.

El arribo de Comunidad al Teatro Tomás Terry fue un escándalo de sensaciones precisamente por la novedad que la misma obra supone desde su primicia. Fue fortuna aquí donde nuestra compañía homóloga tiene inquietudes hacia una evolución similar, pero aún se muestra sin herramientas certeras para asumirlas. Quizás esos deseos están en flote por la imitación a la tendencia que han marcado obras como Bara o Comunidad, y eso deben advertir que no deben obviar los procesos de experimentación e investigación implícitos a la creación, tal como se ha hecho en ambos casos.

 

AHS 1 de agosto de 2025
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