Por: Roly Ávalos
He aquí un título que arde:
versos, versículos, líneas
sinuosas o curvilíneas;
hoguera textual. Alarde
de ausencias. Muere la tarde.
¿Padre nació serio y mudo?
Madre cría un estornudo:
el poeta abraza el polvo
sin decir: Ego, te absolvo,
y entra en las llamas desnudo.
Este poemario quema
en la osamenta, en la calma,
como si cremara el alma,
a fuego lento el poema
cala, repta, en lava rema,
deja en fragmentos la piel.
Una flapper de papel
con los bordes chamuscados
y silencios abrasados
con lágrimas a granel.
Versos que de un solo hojeo
hunden hasta la mitad
en hogueras de orfandad.
Ah, maldito Prometeo.
Versos que, con miedo, oteo.
Letras que el tiempo demuele.
El humo a tristeza huele.
¿Es miércoles de ceniza
eternamente? La brisa
arrastra sombras y duele.
Silencio, que el fuego asoma.
El miedo es un pozo ciego.
El fuego juega con fuego.
El fuego, como un rizoma,
como una infinita broma
de mal gusto. El fuego casto.
Dentro de un vacío vasto,
como abonos malheridos,
hay recuerdos consumidos,
cosas que arden sobre el pasto.
Cosas que arden sobre el pasto