Por: Miguel Ángel Castiñeira
Quienes lo conocieron aseguran que era un hombre dado a los excesos. A los excesos de cariño, de nobleza, de talento, de ternura, de arraigo. Eduardo Sosa vivía sin medias tintas. Los excesos de su voz hubieran llevado a Roberto Fernández Retamar a escribir por segunda vez: “¡Así que esta voz / Delgada como el viento, hambrienta y huracanada / Como el viento, / es la voz de nadie!”. Porque esta voz también sobrevive a su hombre, que ahora es discos, y retratos, y lágrimas, pero no un sombrero ni un bastón. Quizá una guayabera. Y así, excesivo como su vida, fue el homenaje a Sosa en El Mejunje.
El trovador santaclareño Yordan Romero anunció la víspera que se cantaría el jueves 13 de febrero, a partir de las 9:00 p.m., en honor al recientemente fallecido trovador santiaguero, quien fuera una visita más que frecuente en Villa Clara. Anunció la compañía del trío Palabras, del escritor Yamil Díaz, del propio Ramón Silverio, de Yeni Turiño, Yudi Herrera, Víctor Manuel Marín, La Caña Santa, La Trovuntivitis, Nelson Valdés y Ariel Barreiros. “Al cielo limpia y serena. Homenaje a Sosa” fue el nombre de un espectáculo que prometió estar a la altura del cariño que sienten los villareños por un trovador imprescindible, y lo cumplió…
“El Mejunje, bicho. Aquí sí hay. Desde que yo lo conozco sí sé que El Mejunje es uno de esos espacios imprescindibles para la cultura en Santa Clara”, comentó Eduardo Sosa en un documental de Rudy Mora y Orlando Cruzata. Luego, el guajiro de Tumba Siete cantó para alejar la tristeza y se marchó, no sin antes cerrar la puerta principal de ese Mejunje que, casi dos décadas después, cantaría para alejar la tristeza de todos los que hoy despiden su voz.
Eduardo Sosa llegó por Tumba Siete, Mayarí Arriba, perteneciente al municipio II Frente, de Santiago de Cuba, el 18 de abril de 1972. En 1997 irrumpió en el panorama trovadoresco de la Isla como integrante del dúo Postrova. Sosa y Ernesto Rodríguez tuvieron que batirse en una época en la que todavía andaban por ahí, tanto dentro como fuera de Cuba, grupos con una propuesta artística consolidada. Así lo recuerda en su perfil de Facebook el musicógrafo Alden González Díaz. Pese a todo, la propuesta de Postrova caló en el gusto musical de los cubanos. El dúo se desintegró en 2002. Desde entonces realizó una exitosa carrera como solista.
El 12 de febrero de 2025, una semana después de que un derrame cerebral lo mantuviera convaleciente y en un estado de salud muy delicado, se marchó de este mundo. Escribió el joven repentista Marcos David Fernández, el Kíkiri de Cisneros, en su muro de Facebook: “Cierro la noche, no hay / Más ilusiones, perdí, / Recojo el mundo, sin ti / ¡Ya no me gusta, compay!”.
Habiendo opciones en la capital para rendir homenaje al trovador santiaguero, el también cienfueguero Nelson Valdés vino en moto desde La Habana hasta Santa Clara. Recogió en Aguada a Ariel Barreiros. Escoger esa travesía fue un acto quijotesco, excesivo como el propio Sosa. Hay homenajes que empiezan antes del canto.
A media tarde, todo el centro de Santa Clara estaba a oscuras. El sonido de los grupos electrógenos, las luces insignificantes del parque, algún farol en cualquier calle… Esa era toda la luz con que se contaba. El Mejunje, por supuesto, estaba apagado, indistinguible. Los participantes del homenaje intentaron poner una planta, pero no funcionó. Como última alternativa recurrieron a los focos de la motorina de Yordan Romero.
Es cierto que no estuve. Es cierto que no se debe escribir sobre lo que no se vivió. Pero también es cierto que supe de primera mano todo esto, y que no puedo dejar de compartirlo. Mi amigo Andrés Castellanos me envió las fotos de esa noche. Ahí estuvieron Yamil Díaz, Ramón Silverio y Yeni Turiño, el trío Palabras, Yudi Herrera, Víctor Manuel Marín, los ya mencionados Nelson Valdés y Ariel Barreiros, La Caña Santa, La Trovuntivitis. Ahí estuvo un público que no temió a la oscuridad de las gradas, a la oscuridad de una ciudad que, a esa hora de la noche, y sin corriente, le mete miedo al más bravo.
Según Yordan Romero, cuando la electricidad vino, se sintió una especie de desilusión; porque a Sosa hay que homenajearlo así, excesivamente. Pero la magia de esa noche será recordada por los dioses y los adolescentes, y será imaginada por mí.
Es que yo, aunque no estuve, no voy a callar. Tengo que contarlo todo. Y tengo que contarlo así, excesivamente conmocionado, porque hay homenajes que empiezan después del canto.
Un homenaje de excesos