Un viaje poético a través de la locura y la resistencia

Por Miguel Ángel Tamayo

Pasillo de manicomio, primer poemario de Ana Margarita Arada Clavería, teje un tapiz de dolor, memoria y rebeldía que atraviesa los confines de la cordura y la locura. Con una voz tan cruda como lírica, la autora convierte el sufrimiento en arte y la herencia familiar en un espejo fracturado donde todos podemos reconocernos.

El libro se estructura como un recorrido simbólico por un manicomio, donde cada poema es una celda que guarda historias de abandono, violencia y resistencia. Desde el primer verso “Antes de que ser yo estuviese prohibido / reía a carcajadas”, la autora expone la pérdida de la inocencia bajo el peso de las imposiciones: el género, la familia, el nombre. La imagen recurrente de la casa que nunca fue refugio y se hace añicos ante la furia. La autora hurga en las heridas generacionales con una mezcla de rabia y ternura. Los poemas dedicados a la madre "Mi madre supura mar / por la herida que dejaron los recuerdos", o al padre ausente "¡No importa, padre, dispara! / ¡Rompe el ciclo, el maleficio!" son estremecedores. La autora no solo describe el dolor; lo hereda, lo cuestiona y, a veces, lo redime.

En este universo poético, la escritura es tanto un grito de auxilio como un acto de liberación. "Mi verso es libre / y se opuso a la ruptura", declara la autora, mientras navega entre la estructura clásica y el verso libre, entre la rima y el caos. Los poemas trascienden lo personal para pintar un retrato desgarrador de su entorno.

Pasillo de manicomio no es un libro fácil, pero su crudeza es necesaria, es una obra que duele, pero que también ilumina, como un rayo en el pasillo más oscuro. Ana Margarita no ofrece consuelos baratos; en cambio, nos arrastra a su laberinto de sombras para mostrarnos que, incluso allí, hay belleza. Como escribe en el poema final: "Empujo la madera con el temblor del futuro entre las manos". Un temblor que, al cerrar el libro, seguirá resonando en el lector.