René Alejandro Noa: Con la Isla a cuesta

Por: Erian Peña Pupo
Fotos del autor, Vanessa Pernía Arias y cartel cortesía del Centro Provincial de Arte

Tierra que se levanta en el mar, Cuba ha estado marcada, desde los tiempos genésicos, por la emigración. Es una constante que surca la cubanidad, sus honduras y misterios. Desde el arco de las Antillas llegaron sus primeros habitantes y desde varias partes de la península ibérica vinieron los europeos con la suma de culturas al crisol identitario. Poco después, África fue cimentando no solo los campos de caña sino la espiritualidad de un país que se ha edificado, precisamente, con la suma de emigrantes de varias partes del mundo. De la misma manera, desde Cuba han partido, por razones políticas y/o económicas, miles de nacidos —siguiendo a Antonio Benítez Rojo— en esta “isla corcho” que “se repite”. Si la Avellaneda veía al partir como la “chusma diligente” podía arrancarla del “nativo suelo” y José María Heredia observaba levantarse las palmas reales en el torrente del Niágara, los exilios —el de José Martí, ese «misterio que nos acompaña»— y las migraciones han conformado un cuerpo identitario que permite cartografiar también lo cubano, nuestras preocupaciones y anhelos, con la Isla y su peso.

Así —con los fragmentados pero continuos procesos migratorios, principalmente hacia Estados Unidos, sobre todo a partir de 1959, algo de lo que en la contemporaneidad hemos sido testigos, víctimas y partícipes— encontramos que el viaje, el exilio, la migración, la añoranza, la fragmentación de la familia, la ruptura… son elementos palpitantes una y otra vez en nuestra sociedad, contribuyendo a conformar esa “Cuba Mayor” a la que se refirió la académica Ana López.


René Alejandro Noa García parte en Con la Isla a cuesta, como su nombre lo sugiere, justamente de la emigración, en un diálogo que resulta un cuestionamiento de aspectos y relaciones sociopolíticas de la Cuba contemporánea. Somos resultado de una sumatoria de conflictos, donde el viaje —desde los tiempos del Pentateuco y la Odisea— es territorio de disputas: las posibilidades que se abren o se cierran por un lado; el desarraigo identitario (y la consecuente añoranza) por otro. Toda migración no deja de ser un desgarramiento, aunque para muchos sea la tabla en alta mar. Lejos de la isla, por ejemplo, Gastón Baquero ancló Cuba a su cotidianidad, como en Nueva York lo hizo Celia Cruz (en París, Lydia Cabrera, mientras escribía Cuentos negros, comprendió la urgencia de sumergirse en la Isla y los misterios de sus ritos y mitos). Ellos llevaban la Isla a cuesta, como miles de cubanos que han partido por disímiles razones siguen cargándola en nuevas geografías, aunque incorporen otras culturas e idiomas.

Como lo hizo en su exposición Ilumíname madre, René Alejandro ahonda en la espiritualidad, en la relación Nación, identidad y fe. Lo hace con mano de orfebre, mediante un procedimiento complejo: la escultura en bronce a la cera perdida, proceso que conlleva dominio, profesión, oficio y mucha habilidad. Las obras de Con la Isla a cuesta, muestra abierta al público en la sala transitoria del Centro Provincial de Arte de Holguín, son piezas de orfebrería en las que técnica y concepto van de la mano. René es un escultor cuidadoso con los detalles, algo que le posibilita la propia cera perdida: la imaginería religiosa, no solo de raíz católica sino también afrocubana, los artilugios de la fe y la identidad… han sido “labrados” con dominio y soltura, con elegancia y cuidado. Las formas brocadas de sus mantos, los múltiples ornamentos de sus piezas, los rostros y querubines que las integran, componen un territorio fantasioso y posible, surrealista y enigmático; como un viaje —con todo lo que se porta a cuestas— hacia la Isla múltiple.  

Cuba —la persistencia en el tiempo y la memoria de la Isla, su peso— resulta elemento unificador de las búsquedas de René y hace posibles obras donde las honduras de la transculturación anclan las metáforas del sueño, el viaje y la partida, desde las posibilidades de la polisemia. Con la Isla a cuesta incluye, además, partes en cera, como muestra del proceso; mientras que en la instalación de la serie “La súplica” trabaja el cristal, la cera, la imaginería religiosa… como puertas abiertas a las posibilidades del futuro, en el que se inscriben su mirada.

La obra de René fue un descubrimiento hace unos meses en Santiago de Cuba, como espero lo sea para quienes recorran (y lleven consigo) también su “Isla a cuesta”. Este joven artista da pasos firmes con la mirada del orfebre preciosista que, al mismo tiempo, sugiere y pregunta, a él y a los demás, a nuestra sociedad. Sus esculturas en bronce a la cera perdida y sus instalaciones, invitan a la reflexión y al diálogo. Sigamos atentamente a René Alejandro: su mirada se abre paso en el panorama del arte contemporáneo cubano a través de un procedimiento milenario —y en ello radica precisamente la puesta en valor de este y su contemporaneidad— con la singular fuerza que emanan la belleza y la inteligencia de sus piezas.

AHS 22 de mayo de 2025
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