Los que van a morir (a la intemperie) te saludan

Por: Miguel Castiñeira

 

El texto teatral alcanza su máxima expresión, como sabemos, cuando se concreta en la puesta en escena; sin embargo, en ocasiones puede transitar un camino independiente. En la actualidad cubana, leer una obra de teatro es un hábito cada vez menos generalizado, pues se entiende que la literatura está integrada casi exclusivamente por el cuento (de ficción), la novela (de ficción) y los cuadernos de poemas. Leer una obra de teatro nos puede llevar a un disfrute más reposado del texto y también a un análisis más certero de su calidad dramatúrgica, literaria. A veces me preguntó por qué, habiendo tantos estrenos en el año, los dramaturgos prefieren no publicar sus escritos. Cualquiera pensaría que temen a que la crítica literaria los acribille, sobre todo porque no es lo mismo la recepción efímera, irrepetible, de la puesta en escena, que la mirada fría a esas ideas que en ocasiones se sostienen con menos fortuna en la cuerda del negro sobre blanco. Pero también hay que recordar otros factores: panorama editorial deprimido, ausencia de mecanismos que estimulen la escritura teatral, así como la decisión de cada cual de no publicar sus obras debido a sus propias convicciones ideoestéticas.

Por otra parte, los creadores de este tiempo —y aquí no hablo solamente de dramaturgos— se empeñan en sorprender al receptor con propuestas novedosas, atrevidas, que se parezcan más a lo que se está haciendo en el mundo que a lo que este mundo necesita para ser contado. Y no dejan de ser exploraciones válidas, siempre y cuando asimilen las influencias con autenticidad, algo que no siempre ocurre. Por eso una obra como Intemperie. Una foto hecha pedazos, de Abel González Melo (Editorial Capiro, 2023),[1] aparece como una tabla de salvación en el más reciente panorama literario cubano.


Y no porque González Melo (La Habana, 1980) sea uno de nuestros más importantes dramaturgos, que lo es, y no porque su libro haya merecido el reconocimiento de un jurado que integraron Norge Espinosa, Yerandy Fleites y Vivian Martínez Tabares en el contexto del XXXIII Premio Literario Fundación de la Ciudad de Santa Clara. Y no porque estemos en presencia del más comedido de los géneros dramáticos: la pieza, aunque la cadena de acontecimientos se aproxime bastante al ámbito de lo improbable. Sino porque Intemperie propone una narración mínima, pero rigurosamente hilvanada, donde los vínculos interpersonales se van trenzando a la par que se desenreda la historia. Porque con pocos personajes, diálogos breves y comedidos, una acción dramática que avanza como las olas del mar, hacia adelante, hacia atrás, e instantes de silencio que nos dan la pausa, la distancia, el ritmo exacto para entender el deseo y el dolor contenido de los protagonistas, González Melo demuestra que la poesía no consiste en juntar cuatro palabras biensonantes en una oración carente de cualquier sentido. La poesía, nos demuestra González Melo, remite a una calidad artística, y eso podemos encontrarlo en esta obra tan cubana, tan actual, y al mismo tiempo tan shakespeariana, tan clásica, donde el fantasma del fantasma de Hamlet, así como el fantasma de su locura, termina por completarnos una sensación de movimiento constante en varias direcciones:

«Disfruto avanzar sobre esta superficie porque es como si le ganara terreno al mar... Acercarme a la baranda y observarlo todo. Imaginar el infinito que aparecería si me perdiera sobre el agua, si me adentrara en la oscuridad. Soñar qué pasaría si lograra escaparme montada en esta plataforma»,[2] dice uno de los personajes y, sin saberlo, describe la sensación de leer una obra falsamente estática, como puede estarlo una fotografía «hecha pedazos» y reorganizada en función de mostrarnos la corriente subterránea de sentido:

ELVIRA. ¿Estamos flotando?
CELIA. ¿No sientes el vaivén?
ELVIRA. ...
CELIA. ...
ELVIRA. Sí, aunque pensé que sería mi propia sensación. Es algo tan leve...
CELIA. Pero lo sientes, ¿no?
ELVIRA. Y el silencio.
CELIA. ...[3]

Está claro que no estamos en presencia de una trama lineal. Sin embargo, el final de cada escena conecta con el comienzo de la siguiente, generalmente debido a la repetición de un parlamento, una palabra, lo que refuerza la sensación de unidad; pero también este recurso sugiere una linealidad otra, donde los cuadros fluyen de manera constante, a pesar de saltos temporales, espaciales y de nivel de realidad.

El conflicto familiar, porque se trata de una familia en conflicto, qué duda cabe, merece una atención detallada por parte del dramaturgo. No obstante, en pequeños detalles de la escenografía se perciben las tensiones de un país que no encuentra la calma ni en momentos de crisis ni en momentos de relativa bonanza. Detrás de la superficie de un tiempo maquillado se oculta toda la mugre que en otro tiempo alguien decidió esconder bajo la alfombra.

En Intemperie sospecho de algunos símbolos que se escapan a mi comprensión. Siento curiosidad por conocer las interpretaciones que esta obra generará en un lector más avisado, quien quizás nos explique la posible causa de que los integrantes de esta pieza se vuelquen todo el tiempo los unos contra los otros, como si no existiera más nadie en el mundo, como si el mundo de fuera representara un lugar idóneo para olvidar los problemas, al mismo tiempo que el territorio donde acecha un ejército de sombras. Adentro es un lugar perturbador, donde encontramos nuestra única opción de relacionarnos afectivamente; afuera es todo lo contrario.

Y tal vez esta idea representa el dilema de un país hecho pedazos, donde tenemos el amor, pero no la tranquilidad para hacerlo. Y por eso estamos condenados a lanzarnos los unos contra los otros, como si nuestro destino habitara en ese gesto que terminará con nuestros cuerpos despedazados definitivamente.


[1] Abel González Melo: Intemperie. Una foto hecha pedazos, Editorial Capiro, Santa Clara, 2023.

[2] Ibidem, p. 14.

[3] Ibidem, pp. 14-15.

AHS 24 de julio de 2025
Identificarse dejar un comentario