Los ámbitos inmensos: Martí en llama viva

Por: Reydi Zamora Rodríguez

 

Cuba es una selva de signos: húmeda, indómita, fulgurante. No se recorre: se atraviesa como un sueño espeso donde cada hoja habla en símbolos y cada raíz canta su herida. Martí fue su voz más vegetal, más secreta. En sus Versos Libres no hay mármol ni púlpito, sino ramas que gimen, truenos que piensan, palabras enmarañadas como lianas encendidas. Este libro —Los ámbitos inmensos— no poda, no ordena: abre sendero entre la maleza para que reaparezca el poeta en su animalidad moderna, en su savia luminosa, en su espasmo de selva lúcida. Martí, aquí, es un resplandor antiguo que nos sigue guiando desde la espesura.

No es un libro: es un acto.

Un incendio contenido.

Un conjuro hecho papel.

José Martí. Los ámbitos inmensos no viene a hablarnos de Martí, sino a escucharlo otra vez. No desde el bronce de las plazas, no desde la estampa escolar ni la máscara inmóvil, sino desde el resplandor que aún cruje en sus versos como ramas encendidas. Lorena V.F. no antologa: despierta. Elige como quien recoge carbones encendidos entre las cenizas de un altar olvidado. No salva a Martí: lo libera.

Este libro se abre como un portón al fuego. Nos entrega un Martí secreto y indócil, uno de noche y de insomnio, que sangra y no quiere mármol. Y nos lo da sin filtro, sin prólogo que lo explique, sin trinchera. Nos lo da con los nervios en punta.

Un Martí que ya no cabe en el cliché ni en la estatua ni en el rezo vacío.

Un Martí que regresa a decirnos que aún no hemos sido libres.

Que aún no ardemos lo suficiente.

Los versos elegidos no calman: punzan, reclaman, estremecen. Son una escritura que no escribe, sino que arde. “La selva es onda”, “Isla famosa”, “Como nacen las palmas en la arena”... Palabras que no se leen, se respiran como vapor caliente en la garganta. Cada poema es un ámbito: un espacio en tensión, una habitación abierta donde Martí aún habita, aún piensa, aún ruge.

Y es ahí donde esta antología se vuelve necesaria: porque nos recuerda que Martí no fue un santo ni un retrato, sino un fogonazo. Porque nos devuelve al poeta que no sabía descansar, al que quiso morir de pie escribiendo en el viento, al que dolía más de lo que decía. En sus versos no hay quietud: hay raíces que luchan por salir, hay islas que duelen como cuerpos.


No hay Martí niño ni Martí padre de escuela. Hay un Martí humano, oscuro, demasiado humano. Hay un hombre que supo que la belleza no se busca, sino que se quema.

Y hay también una curadora que entendió que seleccionar no es ordenar, sino oír lo que aún late en lo escondido.

Este libro no organiza: reaviva.

No interpreta: invoca.

No homenajea: resucita.

Y esa resurrección no es completa sin la otra llama: las imágenes de Chabeli Ferro, que no ilustran —interrogan. Pero dejémoslas, por ahora, en el susurro. Porque el milagro está en el gesto: devolver a Martí al lugar donde duele, donde incomoda, donde vive. Quitarle la túnica, la espada, el polvo, y dejarlo otra vez donde quiso estar: con los que tienen hambre de justicia, con los que escriben a tientas, con los que mueren por decir.

José Martí. Los ámbitos inmensos no viene a decorar estantes.

Viene a romper el silencio que hay detrás de su nombre.

Las imágenes rompen la cripta de lo cotidiano  para posarse en la asimería del monte donde la selva es honda, es amarga. El lugar donde se piensa Cuba desde lo cubano, lo trascultural, lo propiamente martiano. Ediciones La Luz de Holguín trajo consigo una analecta dirigida por Luis Yuseff, no para evocar a Martí porque ya no hace falta -por lo menos no más- . Hay que pensarlo desde la humanidad de lo oscuro que puede ser lo humano en el monte de la literatura, en su propio fronda modernista.

No se vino aquí a podar al Martí vasto, ni a encajonar su desorden fulgurante en vitrinas de lo breve. No se vino a reducirlo: se vino a prenderle fuego. Estas analectas no son tijeras, son yesca. No recortan: incendian. Lo que arde en estas páginas no es un resumen —es una resurrección. Martí no cabe en antologías, pero sí puede renacer en cada chispa que de ellas salte. Porque su obra no es jardín domesticado, sino selva en combustión perpetua. Y este libro, con la agudeza de quien no teme al fuego, no lo organiza: lo enciende. Nos lo devuelve ardiendo —más humano, más astro, más raíz— en el centro mismo de la espesura.

 

 

 

AHS 12 de junio de 2025
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