La estética aprehendida: de Platón al mundo digital

Por: Yoan E. Cartaya Hernández 


Es necesario que indaguemos en la apropiación estética del mundo. Ello importa no solo al mundo de la docencia, sino también al de todo tipo de creadores, en particular  escritores y artistas. Sabemos que el orbe de esta aprehensión se llena de reflexiones de carácter académico, y es menos tratado en el campo de la divulgación, del ensayismo y la teorización para amplios lectores. No puede limitarse al sector educativo, pero es ahí donde la reflexión adquiere un matiz especial, específico y sumamente necesario, debido a la formación de aprehensores estéticos, de personas que van a ser educadores o asesores literarios u otro oficio afín. Repasemos un poco los criterios históricos de tal asunto, en rápido bosquejo hasta la actualidad.

En el contexto educacional se asume para la estética, como eje transversal, la educación del gusto estético, pues se procura el fomento de la conciencia estética, en general, y de la artística, en particular, a través de la apropiación estética del mundo, y del arte como forma fundamental de tal apropiación en un contexto social determinado.

Toda educación estética responde a las exigencias y posibilidades dadas en una sociedad y una cultura determinadas, donde gran parte de dichas exigencias están orientadas a conocimientos de carácter estético, lo cual se desarrolla fundamentalmente mediante las instituciones educativas. Esta se propone el florecimiento de la sensibilidad de las personas, la ampliación del horizonte estético en que se desenvuelven y el fortalecimiento del papel que desempeña en la vida real este tipo de comportamiento. Supone una serie de conocimientos acerca del modo específico en que los seres humanos deben relacionarse con la realidad, justamente a través de la apropiación estética del mundo, y del arte como forma fundamental de tal apropiación.

Desde la antigüedad, surgieron disímiles cuestionamientos sobre cómo definir el gusto estético, acerca de lo cual Platón refiere: que el gusto estético se relaciona con la contemplación de las formas eternas, especialmente la forma de la belleza. El verdadero gusto implica la capacidad de ascender desde la belleza sensible hacia la Belleza Ideal, inmutable y perfecta. (Platón, 380 ane, p.32).

Platón refiere la manera en la que el gusto estético se presenta como un medio para alcanzar una comprensión más profunda de la verdad y la belleza. Realiza una distinción entre las copias imperfectas del mundo sensible y las Ideas o formas, que representan la verdadera esencia de las cosas. La belleza, para Platón, constituye una de estas ideas, y su apreciación permite al alma recordar y acercarse a lo divino. En "El Banquete", a través de la voz de Sócrates, se argumenta que el amor por la belleza física puede ser un primer paso hacia el amor por la belleza espiritual y la verdad, sugiriendo que el verdadero amante de la belleza debe trascender lo material y aspirar a la contemplación de la belleza en su forma más pura. Este proceso de ascenso desde lo tangible hacia lo ideal refleja su concepción de que el arte y la estética tienen un papel fundamental en la educación del alma, para guiar al individuo hacia el conocimiento y la virtud. Así, el gusto estético no solo excede las barreras de la aprehensión sensorial, sino que se transmuta en una herramienta filosófica para el desarrollo moral y espiritual del ser humano.

 Aristóteles plantea que: el gusto reside en la capacidad de discernir y apreciar la mímesis (imitación) de la naturaleza en el arte, así como la proporción, el orden y la armonía que producen placer y catarsis (purificación emocional). (335 ane, p.56). En su  "Poética", da tratamiento al gusto estético a través del análisis de la tragedia y el arte en general. Sostiene que el arte imita la vida (mimesis) y que, a través de esta imitación, es capaz de causar emociones catárticas en el espectador, como la compasión y el miedo. Para él, la belleza se relaciona con la armonía, el orden y la proporción, y se manifiesta en la estructura y el contenido de las obras artísticas.

 A diferencia de Platón, que veía el arte como una mera copia de la realidad sensible, Aristóteles considera que el arte tiene un valor intrínseco, debido a que permite explorar la naturaleza humana y las emociones a un nivel más profundo. La experiencia estética, entonces, se convierte en un medio para el autoconocimiento y la reflexión sobre la condición humana. Además, Aristóteles pone a relieve la importancia del contexto cultural y social en la apreciación artística, sugiriendo que el gusto estético está influenciado por las normas y valores de la sociedad en la que se encuentra. Su enfoque del gusto estético es más pragmático y relacionado con la experiencia vivida, haciendo énfasis en cómo el arte puede remover los umbrales del pensamiento humano y ofrecer una comprensión más profunda del hombre y del mundo que lo rodea.

Hacia la edad media, Agustín de Hipona refiere que el gusto se fundamenta en la percepción de la belleza como reflejo del orden divino y la armonía universal. La belleza sensible es un signo que remite a la Belleza trascendente de Dios. (400 d.C. p. 138)

San Agustín de Hipona, en sus obras, especialmente en La Ciudad de Dios y Confesiones, hace referencia al concepto del gusto estético desde una óptica profundamente filosófica y teológica. Para él, la belleza no es solo una cualidad perceptible en el mundo material, sino que tiene un origen divino; es una proyección sublime de la perfección engendrada por el creador. El gusto estético se relaciona con la capacidad humana de percibir la belleza, que Agustín considera como un camino hacia el conocimiento y la comprensión de lo divino. Al experimentar la belleza, ya sea en la naturaleza, el arte o las relaciones humanas, el sujeto se eleva más allá de lo meramente sensible y se acerca a la verdad espiritual. Agustín también distingue entre la belleza temporal y la eterna, donde refiere que los objetos bellos del mundo son solo sombras de la verdadera belleza que reside en Dios. Así, el gusto estético se concibe como una suerte de fe en su forma de buscar a Dios y de comprender la relación entre el ser humano y lo divino, donde el placer estético deviene un camino santo para alcanzar una vida más plena y virtuosa. Para San Agustín, el gusto estético es una manifestación del anhelo humano por lo eterno y lo divino, que lo invita a trascender lo material y a buscar una conexión más profunda con la verdad y la belleza divina.

Shaftesbury, en el siglo XVIII, se refiere al gusto estético como: "sentido moral" innato, una facultad natural que permite discernir entre la belleza y la fealdad, tanto en el arte como en la naturaleza y en las acciones humanas. Está intrínsecamente ligado a la virtud y la bondad. (1711, p.211.). En su obra Characteristics of Men, Manners, Opinions, Times, Anthony Ashley Cooper, tercer conde de Shaftesbury, establece el estudio de una variedad de temas orientados hacia el estudio de la naturaleza humana, la moralidad, y la estética, en la que ofrece una perspectiva única sobre la belleza y el gusto estético.

 


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Shaftesbury sostiene que la belleza no representa únicamente una cualidad objetiva de los objetos, sino que está profundamente vinculada a la experiencia subjetiva del sujeto. Propone que la belleza se encuentra en la armonía y el orden, y que estos aspectos pueden evocar una respuesta emocional en el observador. Para Shaftesbury, la belleza está conectada con la virtud y el bien, sugiriendo que lo que es verdaderamente bello también es moralmente bueno.

 Shaftesbury plantea que el gusto es un sentido innato que permite a las personas apreciar la belleza y la armonía en el mundo. Sin embargo, también reconoce que el gusto puede ser cultivado y refinado a través de la educación y la experiencia. Para él, el buen gusto está asociado con una sensibilidad más elevada, que permite a las personas discernir no solo la belleza en las artes, sino también en la naturaleza y en la conducta humana.

David Hume se refiere al como gusto es una facultad subjetiva refinada por la experiencia, la observación y la comparación. Si bien existe una variabilidad individual, ciertas "reglas del gusto" basadas en la razón y el consenso de los expertos pueden guiar el juicio estético. (1757, p.33). Hume explora la naturaleza del gusto y la estética, la subjetividad del juicio estético y la manera en que se pueden establecer ciertos estándares para evaluar la belleza y el arte.

El argumento central de Hume es que, aunque los juicios de gusto son, en esencia, subjetivos y varían de sujeto a sujeto, también existen criterios comunes que pueden guiar las evaluaciones estéticas. Hume sostiene que las reacciones a las obras de arte están influenciadas por la experiencia, la educación y el contexto cultural, lo que significa que el gusto no es completamente arbitrario. Esta definición, a diferencia del resto, logra, desde la naturaleza del juicio estético, equilibrar la subjetividad personal con la posibilidad de establecer criterios comunes para la evaluación de la pieza artística. Ello subraya la importancia de la experiencia y la educación en el cultivo del gusto, teniendo como tesis más significativa que, aunque los juicios estéticos pueden variar, existe un fundamento común que puede guiar las apreciaciones artísticas, que son directriz esencial en el estudio del gusto estético.

Fueron los escritores Voltaire y Rousseau quienes, en la etapa de la Ilustración, acuñaron el concepto pedagógico de “educación del gusto” para referirse al gusto estético. Con ellos aparece la idea del gusto estético como facultad del hombre para el ejercicio del juicio y el criterio, elemento bajo el cual Immanuel Kant refiere que el gusto es la facultad de juzgar lo bello a través de un "juicio de gusto" desinteresado, subjetivo pero universalizable. Lo bello produce un placer puro y desinteresado, y evoca una armonía libre de las facultades cognitivas (Curbelo, 2008, p.36).

Kant desarrolla una reflexión racionalista sobre el gusto estético, planteando que el juicio estético es un tipo de conocimiento que se basa en la apreciación de la belleza y lo sublime. A diferencia de los autores y filósofos mencionados  anteriormente, el gusto estético no depende de conceptos o intereses personales, sino que se fundamenta en una experiencia subjetiva que busca la universalidad; es decir, cuando alguien encuentra algo bello, espera que otros también lo reconozcan como tal. Esta capacidad de juzgar lo bello está vinculada a la libertad del sujeto y a su capacidad de experimentar placer desinteresado, lo que significa que el juicio estético no está motivado por deseos o necesidades prácticas. Kant distingue entre lo bello y lo sublime, siendo lo bello asociado con la armonía y el orden, mientras que lo sublime se relaciona con la grandeza y la infinitud, lo cual evoca sentimientos de asombro y respeto. El filósofos enfatiza, ya de forma explícita, que el gusto estético es esencial para la experiencia humana, pues permite una conexión más profunda con el mundo y fomenta la creatividad y la reflexión moral, lo que conduce al desarrollo de una sociedad más culta y sensible. El gusto estético se convierte en un puente entre la naturaleza y la razón, promoviendo un entendimiento más amplio de la experiencia humana.

Posteriormente, en el Romanticismo, Friedrich Schiller refiere este tema de la siguiente manera: el gusto se cultiva a través de la "educación estética," que permite al individuo alcanzar la libertad y la armonía interior al reconciliar la razón y la sensibilidad. El arte y la belleza son instrumentos para la formación moral y la transformación social. (1795, p.85)

El gusto estético como un elemento fundamental para el desarrollo humano, vincula la experiencia estética con la moralidad y la libertad. En sus Cartas sobre la educación estética del hombre, Schiller propone que el arte y la belleza, además de placer, ofrecen también el poder de elevar el espíritu y fomentar el crecimiento moral, lo cual se convierte en una herramienta esencial para alcanzar una vida plena. Schiller introduce la figura del "hombre estético", quien busca la armonía y la belleza, en una suerte de búsqueda crucial para equilibrar los aspectos sensoriales y espirituales de la existencia humana. Enfatiza que el gusto estético es una capacidad innata que debe ser cultivada a través de la educación, de manera que permita a las personas discernir lo bello y lo verdadero. En su visión, la belleza actúa como mediadora entre la naturaleza y la libertad, promoviendo una comprensión más profunda de la humanidad y facilitando un estado de libertad que trasciende las limitaciones físicas y sociales.  Schiller estableció un vínculo intrínseco entre el arte, la ética y la formación del individuo, y destacó la importancia de la estética en la construcción de una sociedad más consciente y sensible.


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Durante el Formalismo del siglo XX, Clive Bell refiere que el gusto se centra en la apreciación de la "forma significativa" en el arte. La emoción estética se produce al contemplar las relaciones puras de líneas y colores, independientemente de su contenido representacional. (1914, p.147).

En su enfoque del gusto estético, el cual expone en su obra Arte, Bell indica que el valor estético de una obra de arte radica en su capacidad para evocar una experiencia emocional pura, que él denomina "forma significativa". Según Bell, esta forma se manifiesta a través de la combinación de elementos visuales que generan una respuesta emocional en el espectador, independientemente del contenido o el contexto histórico de la obra. El gusto estético se convierte en una experiencia casi universal, pues sostiene que la apreciación del arte trasciende las diferencias culturales y temporales. Además, enfatiza la importancia de la educación estética, al sugerir que el desarrollo del gusto se cultiva a través de la exposición y la reflexión sobre diversas obras de arte. Bell contribuye a la discusión sobre el arte al centrar su atención en la experiencia estética como un fenómeno subjetivo y, a la vez, compartido, lo que invita a una comprensión más profunda del valor del arte en la vida humana.

En este mismo sentido, Arthur Danto explora cómo el gusto estético se relaciona con la interpretación y el significado en el arte. Sostiene que: "el gusto estético excede cuestiones de preferenciales en el plano personal, que están profundamente arraigadas en el contexto cultural y filosófico en el que se encuentra una obra de arte".

 En su obra El gusto estético en el contexto del arte contemporáneo, Arthur Danto argumenta que el arte no puede ser entendido como una mera preferencia subjetiva. Danto sostiene que el gusto está intrínsecamente ligado al contexto cultural y filosófico en el que se produce una obra de arte, lo que implica que nuestras elecciones estéticas son influenciadas por una serie de factores sociales, históricos y teóricos. A través de un análisis riguroso, Danto invita a los lectores a reflexionar sobre cómo el significado de una obra se construye no solo a partir de su forma o contenido, sino también de las narrativas que la rodean. Su enfoque propone cuestionar la noción de originalidad y autenticidad en el arte, por medio de una sugerencia que refiere que el gusto se convierte en un medio para entender las dinámicas más amplias de la cultura contemporánea.

En sus escritos sobre estética contemporánea, Boris Groys argumenta que "el gusto estético es un fenómeno social que refleja las dinámicas de poder y las jerarquías culturales". Para él, el gusto no es solo una elección individual, sino un indicador de las estructuras sociales que determinan qué se considera valioso o significativo en el arte y la cultura.

Groys propone en su obra [CUAL OBRA] la intersección entre estética y poder en el mundo contemporáneo, y argumenta que el gusto estético es un reflejo de las estructuras sociales y políticas que moldean nuestras percepciones del arte y la cultura. Sostiene que el gusto no es un fenómeno aislado, sino que está profundamente imbuido de relaciones de poder que determinan qué obras son valoradas y cuáles son marginadas. A través de ejemplos concretos y un análisis crítico de la historia del arte, Groys revela cómo las instituciones culturales, desde museos hasta plataformas digitales, influyen en la formación del gusto colectivo. Su perspectiva desafía la idea de que el gusto es simplemente un asunto personal, proponiendo en cambio que nuestras preferencias estéticas están mediadas por fuerzas sociales más amplias que buscan tanto validar como cuestionar el status quo.

Desde otro sentido, Ñunez, S. (2010) en su Tesis, defiende por gusto estético literario, que: “la capacidad de juzgar una obra literaria a partir de un sistema de preferencias preestablecido o una noción de ideal desde el conocimiento de los caracteres y acontecimientos específicos de la obra, que provocan un estado emocional determinado en el lector” (p. 9). Esta definición se ocupa en gran medida de la mayoría de los parámetros más esenciales del gusto estético literario.

Otro pensador, Almeida, D. (2019), expone en su tesis que: “el gusto estético literario es la capacidad de juzgar una obra desde el conocimiento del hecho literario y la apreciación de su belleza, bajo el reconocimiento de caracteres específicos, que promueva el estudio crítico y provoque un estado emocional determinado y una sensibilidad estética” (p. 14).

Este autor tiene en cuenta lo esencial de las definiciones planteadas anteriormente pero da tratamiento al gusto estético literario como capacidad y no como facultad del ser, siendo esta última el punto de inicio cuando se refiere este tema, pues las capacidades pueden ser ocupadas por todo aquello que desempeñe una tarea, mientras que la facultad es privativa del hombre y su sentido del juicio, lo cual hace más idóneo a este término para tratar el tema con mayor precisión.

Es necesario plantear este tema sobre las bases del nuevo siglo en el que la era tecnológica constituye el factor más identitario y determinante en todas las áreas de la actividad humana.

En su análisis sobre la estética en la era digital, Azevedo, C. M. B. (2021) define el gusto estético como "un conjunto de preferencias que se forman a través de la interacción con diversos medios y plataformas, donde las influencias son globales y las elecciones son cada vez más democratizadas".

 En este análisis, Claudia M. B. Azevedo examina cómo la era digital ha transformado radicalmente la manera en que se forma y expresa el gusto estético. Azevedo argumenta que las plataformas digitales han democratizado el acceso al arte y la cultura, permitiendo que una diversidad de voces y estilos puedan emerger en un espacio anteriormente dominado por élites culturales. Sin embargo, esta democratización también presenta desafíos, pues las influencias globales pueden diluir las identidades culturales locales y generar una homogeneización del gusto. A través de un enfoque crítico, Azevedo invita a los lectores a reflexionar sobre cómo nuestras interacciones digitales moldean nuestras preferencias estéticas y cómo estas interacciones pueden ser tanto liberadoras como limitantes. Su trabajo es esencial para comprender el impacto de la tecnología en la cultura visual contemporánea y sugiere que el futuro del gusto estético está en constante evolución.

Este último criterio evidencia la necesidad de una reinvención de los horizontes apreciativos del gusto estético literario, orientado no solo a la percepción del texto en formato físico, sino también en formato digital con las correspondientes implicaciones entre las que se encuentran las redes sociales y el resto de plataformas digitales, los hipertextos, etcétera. La revolución de los soportes ha traído consigo una democratización mayor del arte y de la literatura, que hay que tener en cuenta en todo análisis sobre estética coetánea.

Atendiendo a todo esto el investigador asume la definición de gusto estético literario emitida por Almeida (2019) porque tiene en cuenta lo esencial de casi todas las definiciones planteadas anteriormente, a lo que se agregaría las observaciones de carácter filosófico y tecnológico señaladas anteriormente. El gusto estético literario es la facultad de juzgar la obra desde el conocimiento del hecho literario y la apreciación de su belleza sobre la base del reconocimiento de caracteres específicos a través de la interacción con diversos medios y plataformas, donde las influencias son globales. Una definición tal puede ayudar a la mejor comprensión de la necesidad de discutir sobre estética, sobre la formación y la aprehensión de obras literarias y artísticas, y abrir nuestro aojos a temas de discusión internacional, de los que sería un pecado de lesa literatura estar alejados, no desarrollarlos, según nuestros propios intereses nacionales e identitarios.

AHS 1 de agosto de 2025
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