El tiempo mágico de Marosa di Giorgio

Por: Barbarella D´Acevedo


Poemas de Marosa di Giorgio Médicis apareció por primera vez, en 1953, en Salto, Uruguay, como un cuadernillo de apenas 16 páginas, en edición de autor y sin pie de imprenta. Marosa, María Rosa di Giorgio Médici, insistiría en que todo lo que escribió en su libro era cierto: “En 1953, Dios me dijo que echase a volar Poemas, lo que en ellos cuento, y que, a tantos pareció tan raro, es verídico”. ¿Por qué no creerle? ¿Para qué iba a insistir ella en mantener el engaño, luego de asumir que a tantos les pareciera raro eso que contaba? Sí, porque Marosa, perteneció a una tradición literaria de Uruguay, que el crítico Ángel Rama definió como “Los raros”, autores divergentes en un canon nacional, iconoclastas…

Marosa cuenta, narra, según ella misma reconoce, en esos textos que llamó Poemas, textos híbridos, relatos, que son tal vez, fragmentos de su biografía, pero también poéticos, surreales que convidan al extrañamiento de los lectores. Conforman sus Poemas ocho textos numerados: en los tres primeros, Marosa se fusiona, con el sujeto lírico, a partir del uso de la primera persona, el yo, después salta de la primera a la tercera, para contar las historias de la niña, de “Ella” aunque en la intimidad del discurso, se presiente que la escritora relata algo muy propio, una interpretación quizá de su infancia.

La autora en su obra reconoce todos los tiempos; escribe a veces en pasado, otras en presente y, algunas, en futuro. Conoce el ayer, pero sobre todo el mañana; la poesía es el tiempo mágico de lo oracular, desde donde se puede crear (creer) un futuro, el futuro existe si alguien es capaz de escribirlo, la palabra lo convierte en algo cierto y a la vez, pretérito para los otros.

Marosa recrea historias arquetípicas, historias de cuentos de hadas, aunque no infantiles: hay una niña junto a su abuela, una niña en el bosque, hay un bosque y hasta un guardabosques “cobrizo, dormido”. El guardabosques es un hombre que en algún momento da “un grito largo, aullado, negro” y, además, otra cosa, “era un pájaro de musgo el guardabosques”, y la niña está a expensas de los lobos, que a veces parecen amigos y otras no, en un momento el lobo es un lobo y la niña no lo sabe, la niña lo confunde con “un perro grande, castaño, alto”. En el último poema, Ella, ha cumplido su iniciación, y adquiere un nombre que es también símbolo, Estela, como el arcano de la Estrella del tarot, en su juego de agua junto a la fuente, y desnuda: “Ceñida y desceñida por una escasa vestidura de agua”.

Poemas transcurre entre el cántico de las flores, cientos de flores dalias, rosas, magnolios, magdalenas, glicinas, tulipanes, verónicas de la noche, entre olivos también, su abuelo, el abuelo materno de Marosa, inmigrante italiano, igual que su padre, plantó olivos y vides en áreas rurales de Uruguay. La luna aparece, en la narración, como un personaje más, que desea y actúa: “Vi la luna queriendo sostenerse a toda costa en la punta de un ciprés. Pero, el ciprés vibró y la sacudió. Y ella tuvo que descender, borroneada, disimulada entre los magnolios”. Habitan asimismo estos textos, otros seres, como las mariposas “El fuego era una canasta de mariposas. Yo tomé una astilla y saqué una mariposa colorada. La puse sobre el hombre. Saqué una mariposa verde y la posé sobre el hombre”. También pájaros, una cierva, “las cabras con sus saltos y su sed y su seda”. La naturaleza crece exaltada y febril en las frases de Marosa, como la mente del sujeto lírico, capaz de darle a cada palabra un sino alucinado. Está también presente en los Poemas, lo de no reconocerse en los espejos: “el azogue le devolvió cara blanca y ojos verdes. Pero, cara y ojos de la otra, de la escondida, de la de medianoche, de la horrible”. Marosa era géminis (nació un 16 de junio de 1932), por eso quizá la noción del doble le resultara era esencial, por eso y porque su madre tenía también una hermana gemela: “Y se detuvo junto a una mujer dormida (la luz venía plomiza, ¿de las nubes? ¿de dónde?), junto a una mujer con cara de dalia blanca y pelo de dalia negra. Pero, una mujer que ella no conocía”.

Cierta pulsión sexual recorre los Poemas, y determina la intensidad de la obra: “Me incliné y entonces, Marcos me besó...” dice en algún momento y después: “Ella corrió otra vez hacia Roberto. Se arrodilló a su lado, Roberto empezó a deshacerle las trenzas. Y la rosa de la lámpara se dobló”. No hay que olvidar tampoco el grito del guardabosque: “Un grito como un ciprés”. Se presiente que pasa algo, que podría pasar algo más allá de lo que se dice, algo que no se llega a decir, sin embargo.

“Vio el torso de un hombre. Un hombre que partía con su cuerpo al agua, que, entre sus manos, hacía bailar el agua. Frente a él, Estela reía”. Marosa di Giorgio, además de poeta, también fue autora de cuentos eróticos, entendía quizá que el erotismo, puede apuntarse como un dato oculto, que el deseo puede ser una presencia a ratos oscura, subyacente y el sexo algo velado en su trascendencia.

AHS 7 de junio de 2025
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