Por: Reydi Zamora Rodríguez
Pensar es, ante todo, querer crear un mundo (o limitar el propio, lo que equivale a lo mismo)
Albert Camus, El mito de Sísifo
Empujar una roca montaña arriba, una y otra vez, sin esperanza de culminar la tarea. Este es el destino de Sísifo en la mitología griega, reinterpretado por Albert Camus como una metáfora de la condición humana: una existencia definida por el esfuerzo perpetuo frente a la falta de sentido último. Pero, ¿qué ocurre cuando en lugar de una roca, se empuja a un oso polar a través de los paisajes tropicales del Caribe? En la obra de Carlos René Aguilera, el absurdo de esta imagen se convierte en un prisma a través del cual se examinan las contradicciones, tensiones y desafíos que configuran la realidad cubana.
El oso, un animal que pertenece al frío extremo, aparece desplazado, ajeno, absurdamente fuera de lugar. Su presencia en un entorno tropical es un desafío visual y conceptual que no solo nos invita a cuestionar las certezas, sino que nos obliga a confrontar la lógica misma de lo que consideramos "normal". En este acto de dislocación, Aguilera encuentra una metáfora poderosa para hablar de la isla: una tierra donde la vida cotidiana está atravesada por lo incongruente, donde lo posible y lo imposible conviven en un equilibrio precario.
Esta imagen inicial del oso polar, como una suerte de roca cargada por los habitantes de la isla, no es solo un símbolo de lo absurdo, sino un punto de partida para reflexionar sobre la identidad, el esfuerzo y la resistencia. Así como Sísifo se enfrenta a su destino con plena conciencia de su inutilidad, el cubano parece habitar un espacio donde el esfuerzo constante choca contra los límites de una realidad marcada por las paradojas. Y, sin embargo, en esa lucha absurda, el cubano encuentra su humanidad.
De esta manera, el arte de Aguilera no se limita a representar lo absurdo; lo habita, lo celebra y lo convierte en una herramienta para cuestionar las nociones de identidad, pertenencia y sentido. Su obra nos sitúa frente a una pregunta que atraviesa no solo el arte, sino también la filosofía y la experiencia cotidiana: ¿cómo enfrentarnos al absurdo sin renunciar a lo que no lo es?


En sus obras, Carlos René Aguilera, utiliza los símbolos dislocados —como el oso polar, los samuráis y los surfistas— con referencias a elementos autóctonos —como los guajiros y los cañaverales retorcidos—, el artista construye un universo estético que es tanto una sátira como una reflexión sobre la identidad cubana. Estas composiciones revelan las tensiones entre lo local y lo global, entre lo auténtico y lo impuesto, y plantean preguntas filosóficas fundamentales sobre lo que nos identifica y nos hace cubanos.
El absurdo en la obra de Aguilera no es un recurso estético gratuito, sino una herramienta crítica que pone de manifiesto la paradoja de vivir en un país donde la lógica cotidiana se ve constantemente desafiada por lo irracional. En el centro de su obra está la pregunta fundamental: ¿Qué es lo que nos identifica? La identidad cubana, como toda construcción cultural, es un espacio de tensiones entre lo heredado, lo vivido y lo imaginado. El artista nos confronta con símbolos que supuestamente representan a la isla, pero que, al ser presentados de forma fragmentada o incongruente, ponen en tela de juicio su capacidad para definirnos.
El guajiro y los cañaverales: raíces y contradicciones El guajiro, figura recurrente en el imaginario cubano, se asocia tradicionalmente con la autenticidad de lo rural, la conexión con la tierra y los valores esenciales de la nación. Sin embargo, en su obra, el guajiro no es una representación idealizada, sino un elemento atrapado en un paisaje caótico de cañaverales enredados. Estos cañaverales, que aluden a la economía azucarera que definió la historia de Cuba, aparecen como un símbolo de las dificultades y las contradicciones del presente. Ya no son solo fuente de trabajo y sustento, sino también de frustración y encierro.
Este enredo de cañaverales puede interpretarse como una metáfora del estado actual del país: una maraña ideológica, económica y social que dificulta avanzar. El guajiro, lejos de ser un héroe épico, es una figura atrapada en esta maraña, incapaz de resolver las contradicciones que lo rodean.
Sus piezas plantean una reflexión sobre lo que hace que algo sea “cubano”. Si bien recurre a símbolos reconocibles, también introduce elementos ajenos como el oso polar, el samurái y los surfistas para cuestionar la idea de una identidad fija. Este enfoque obliga al espectador a reconsiderar la noción de cubanidad no como una esencia inmutable, sino como un espacio de diálogo, conflicto y transformación.
La construcción de lo cubano históricamente, su identidad, ha sido construida a partir de símbolos que buscan sintetizar la diversidad cultural, racial y social de la isla. El guajiro, el tabaco, el ron y el son representan ejemplos de esta construcción. Sin embargo, las obras de arte subvierten esta narrativa al mostrar cómo estos símbolos, en lugar de unirnos, pueden convertirse en clichés que limitan nuestra capacidad para imaginar nuevas formas de ser.
¿Qué nos hace cubanos? ¿Es la geografía, la historia, la cultura o algo más intangible? Las pinturas de Carlos René nos sugieren que la identidad cubana no puede ser reducida a una serie de símbolos estáticos, sino que es un proceso dinámico que implica tanto la aceptación como la negación de ciertos elementos. En este sentido, el oso polar es tan cubano como el guajiro, porque ambos forman parte del imaginario que construye nuestra percepción de lo que somos.
En última instancia, las obras utilizan el absurdo y la incongruencia como una metáfora del estado actual de Cuba. El país, como los cañaverales enredados o los surfistas en un mar hostil, parece atrapado en un estado de indefinición, donde lo local y lo global, lo tradicional y lo moderno, lo racional y lo absurdo coexisten en una tensión perpetua. Este estado de contradicción no es solo un reflejo de las dificultades materiales y sociales, sino también de una crisis más profunda de identidad.
Aguilera no ofrece soluciones ni respuestas fáciles. Su obra no busca idealizar ni condenar, sino invitar al espectador a reflexionar sobre las complejidades de lo que significa ser cubano en un mundo cada vez más globalizado y fragmentado. A través de su lenguaje visual, el artista nos recuerda que la identidad no es algo que se encuentra, sino algo que se construye, y que este proceso, aunque a menudo absurdo, es también una fuente de resistencia y creatividad.
Camus describe la lucha de un hombre condenado a una tarea interminable y absurda: empujar una roca cuesta arriba, solo para verla rodar nuevamente al punto de partida. Este acto repetitivo e inútil se convierte en una metáfora universal sobre el absurdo de la existencia, donde el esfuerzo humano se encuentra constantemente en tensión con la falta de sentido del universo. Este mismo absurdo se filtra en la obra del artista cubano Carlos René Aguilera, quien utiliza al oso polar como un símbolo visual de lo incongruente, de lo que no pertenece, para hablar de una realidad cargada de contradicciones, frustraciones y retos interminables, especialmente en el contexto cubano.
El oso polar, en su representación pictórica, se convierte en un intruso en el Caribe, un elemento disonante que no tiene cabida en los paisajes cálidos y exuberantes de la isla. Sin embargo, su presencia no es casual ni gratuita: es un comentario agudo sobre la experiencia cotidiana del cubano. Este animal, ajeno y aparentemente incompatible con el entorno, refleja las incongruencias que definen la vida en Cuba, donde la lógica y la coherencia parecen a menudo abandonadas. Su blancura gélida en un contexto tropical es un choque visual que encapsula el absurdo como parte fundamental de la existencia en el país.
El absurdo, como lo plantea Camus, no reside en el mundo en sí, sino en la confrontación entre las expectativas humanas de orden y sentido, y la realidad caótica y carente de propósito del universo. En el caso de Cuba, este absurdo se intensifica debido a las tensiones entre las narrativas oficiales y la realidad vivida por su población. Aguilera utiliza al oso como un símbolo para exponer estas tensiones: una representación de los sueños imposibles, las promesas incumplidas y las contradicciones sistémicas que configuran la experiencia cubana.
El oso polar puede interpretarse como un espejo del cubano contemporáneo: un ser que vive en un espacio donde la lógica y la congruencia se ven constantemente socavadas por las paradojas de la vida en la isla. Es el reflejo de una nación atrapada en una dinámica circular de esfuerzos interminables y resultados elusivos, donde las soluciones parecen tan fuera de lugar como un oso en el Caribe.
Este artista visual nos obliga a repensar la idea de lo "cubano", no como algo fijo, sino como un fenómeno en constante transformación, marcado por influencias externas y tensiones internas. La identidad no es un estado, sino un proceso; no es un conjunto de características esenciales, sino una construcción perpetua que incorpora tanto lo propio como lo ajeno.
Al igual que Sísifo, el cubano parece condenado a un esfuerzo interminable. La lucha diaria por resolver problemas prácticos, enfrentar las dificultades económicas y resistir las frustraciones sociales se asemeja al acto de empujar una roca que siempre vuelve a caer.
El oso, al ser portador de una carga visual y simbólica ajena al Caribe, se convierte en un recordatorio de que la lucha diaria en Cuba está impregnada de una lógica propia, una que a menudo desafía el sentido común y roza lo surrealista, como se comenta en el argot popular de los intelectuales cubanos; Si Breton[i] naciera en Cuba, el surrealismo fuese un costumbrismo. Sin embargo, como Camus nos insta a imaginar la felicidad en el protagonista de su obra, también podríamos ver en el arte de Aguilera una afirmación de la capacidad humana para encontrar significado incluso en lo absurdo.
Al final del libro El mito de Sísifo, el filósofo nos deja con una imagen potente: la de artífice condenado regresando a su roca, consciente de su destino, pero rebelándose en su aceptación. Camus afirma que "la lucha hacia las cumbres basta para llenar el corazón de un hombre", invitándonos a imaginar a Sísifo feliz. En el universo de Carlos René Aguilera, el oso polar se convierte en esa roca, una carga absurda e incongruente que, sin embargo, continúa siendo empujada. El arte cubano, y quizás la experiencia cubana misma, se revela como una suerte de "empuje del oso": una lucha perpetua por cargar y habitar lo absurdo, transformándolo en resistencia y creación.
El oso descolocado y fuera de su elemento, no es solo un símbolo de la incongruencia de la realidad cubana, sino también una metáfora del ser humano enfrentando lo ineludible. Como el mito de Sísifo, su presencia nos recuerda que la vida no tiene sentido en sí misma, pero el acto de vivir, de crear y de transformar ese absurdo, es en sí mismo un acto de resistencia. Así, los cubanos, al igual que Sísifo, empujan sus propias rocas en un contexto que a menudo desafía la lógica, y encuentran en ese esfuerzo una manera de afirmarse.
Como Sísifo, el oso sigue adelante, ajeno al calor del Caribe, habitando un espacio que no le pertenece, pero que hace suyo. Es en esta incongruencia donde encontramos la esencia misma de la vida y del arte: la capacidad de persistir, de rebelarse y, sobre todo, de crear, incluso en las circunstancias más inexplicables. Quizás el secreto esté en abrazar esa contradicción, en imaginar no solo a Sísifo feliz, sino también al oso, en el trópico, avanzando con una sonrisa invisible en su rostro helado.
[i] André Breton, escritor, poeta, ensayista y teórico francés conocido como fundador y máximo exponente del surrealismo.
El Oso y la Roca: El Absurdo como punto de partida