Por: Miguel Castiñeira
Aunque algunos de sus poemas, relatos y novelas de ficción alcancen un relativo (y en ocasiones notable) valor literario, sin duda la vertiente testimonial de su obra le permite a Miguel Barnet pasearse, y con soltura, por la restringida pasarela del canon de la literatura cubana. Especialmente Biografía de un cimarrón (1966), obra que continúa la línea de la narrativa antiesclavista que en el siglo XIX contó con exponentes como Juan Francisco Manzano, Anselmo Suárez y Romero, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Cirilo Villaverde.
Roberto González Echevarría asegura que Cimarrón parece “una secuela lógica de la novela regionalista latinoamericana”. Esta relación se explica, según el autor de Mito y archivo, porque el libro “intentó salvar las trampas de lo literario, pero la antropología está tan arraigada en la narrativa latinoamericana que difícilmente representaba un escape”.[1]
No bastándole con lo anterior, Barnet legó esa atrevida inmersión en el submundo habanero oculto tras bambalinas de principios de siglo pasado que es Canción de Rachel (1969), historia de vida de una vedette retirada, estrella del teatro Alhambra, que probablemente la mayoría conozca por la adaptación cinematográfica —ganadora del Premio Goya a la Mejor Película Extranjera de Habla Hispana— que realizó Enrique Pineda Barnet en el año 1989, con guion del propio Miguel, Enrique Pineda y Julio García Espinosa.
“¿Y qué otra cosa podíamos esperar de Barnet? ¿Hay en el mundo de los vivos otro hijo legítimo que venga al mismo tiempo de don Fernando, de don Alejo y de don Nicolás?”,[2] escribe Yamil Díaz Gómez, para quien “ya es hora de alinear las obras de Miguel, de hacer recuento”, porque “Cimarrón acortó la ovación que merecían sus compañeros de sangre”.[3] Aunque la historia de Estenan Montejo siga pareciéndome superior al resto de sus testimonios, respaldo la necesidad de volver a esos libros de innegociable factura: Gallego, La vida real y especialmente Canción de Rachel.
Posterior a Cimarrón, Canción de Rachel muestra un mayor grado de sofisticación en el manejo de la estructura dramática: la voz de la protagonista se mueve entre declaraciones anónimas que la celebran, critican, contradicen o secundan. Habitamos como lectores en un mundo de sospechas que apuntan a lugares contrarios, donde ningún miembro del coro tiene edad, ni rostro definido, ni lugar de procedencia; y todo eso sin que podamos decir que las declaraciones están reunidas caprichosamente.
En el prólogo a la edición italiana, asegura Italo Calvino:
El libro en cuestión se articula mediante una técnica de montaje más elaborada que la urdida por [sic] el esclavo, pero no menos directa y sugestiva: los fragmentos grabados de la voz de la vieja vamp se alternan con testimonios de otros supervivientes de aquel mundo, que vierten a menudo, sobre determinados episodios o ambientes, opiniones diversas u opuestas. Un collage que se completa con recortes de periódico, fragmentos de canciones y de guiones escénicos.[4]
Víctor Casaus retomará este procedimiento de montaje en Girón en la memoria (1970), otro de los grandes hitos del testimonio de aquellos años, así como en Pablo: con el filo de la hoja, Premio de Testimonio Uneac en 1979. Pero la Invasión de Girón y Pablo de la Torriente no se ubican en el mismo escaño histórico que Rachel y Esteban Montejo. Ambos autores persiguen objetivos diferentes. Por tanto, el estilo de Casaus se acerca más a lo factual, a la necesidad de referenciar los fragmentos que amalgama en cada texto, y la obra de Barnet se mantiene —sobre todo después de Biografía de un cimarrón— muy cercana a una dimensión que prioriza las esencias por sobre la fidelidad a los detalles. Así ocurre especialmente en Canción de Rachel.
“De que miente, miente”, dice uno de los entrevistados sobre la protagonista de este libro, “Pero son mentirillas. A veces con su cicuta, pero mentirillas, al fin y al cabo”. [5] Lo que vale en Canción de Rachel no es la verdad objetiva del cuadro que se está construyendo, sino la manera en que se construye. Uno va al testimonio, muchas veces, a buscar a la persona y no a verificar los hechos. Al autor le basta con decirnos que no debemos fiarnos de las palabras de Rachel ni de nadie, y ya con eso nos está mostrando una grandísima verdad. Si aceptamos el pacto, la lectura se volverá un viaje sin retorno por la trayectoria de esta vedette all around.
Alejo Carpentier aseguró que Cimarrón era el complemento testimonial de El reino de este mundo. ¿Sería absurdo pensar a Rachel como el complemento testimonial de la obra de precursores del posboom como Manuel Puig? Pero esa idea supone otra pregunta: ¿Por qué pensar la obra de Barnet como simple complemento de alguien, de algo?
Mejor decir que Barnet abrió, con ese libro, muchos de los caminos que transitaría hasta el hartazgo la literatura latinoamericana de finales de los sesenta en adelante: el empleo de recursos provenientes del cine y la televisión, el énfasis en los entornos urbanos por sobre los rurales, el uso desprejuiciado del melodrama y el folletín como herramientas para la comunicación, el trabajo minucioso con la oralidad de los personajes, el tratamiento de temas vedados entonces y después como la homosexualidad, la manera de enfrentar la historia desde la perspectiva de los personajes aparentemente sin historia. No me temblaría el pulso para colocar a Miguel Barnet, con esta novela, en ese mismo grupo de precursores o fundadores de lo que después se conocerá como posboom. Así lo ratifica Emmanuel Tornés Reyes cuando asegura que la literatura posmoderna arranca en nuestra región con novelas como De dónde son los cantantes (1967), de Severo Sarduy; El mundo alucinante (1969), de Reinaldo Arenas; La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas pintadas (1969), de Manuel Puig y Biografía de un cimarrón (1966) y Canción de Rachel (1969), de Miguel Barnet.[6]
El teatro, la politiquería, el racismo, los prejuicios, los grandes personajes y acontecimientos de los primeros años del siglo xx: la mirada de Rachel hace un paneo por todo lo que camina y respira en la Cuba de entonces. Ella mira y después cuenta lo que recuerda; y lo que no, se lo inventa. Quizás en la mentira la encontremos más, con todo y que nos quedemos con apenas una imagen distorsionada del contexto; porque así es como único Rachel se puede mostrar tal cual es, sin pelos en la lengua, sin miedo a decir lo que le dé la gana.
No se puede hacer la historia solamente con ella, pero cuidado con dejarla fuera. Tan diva y tan chancletera, tan sabia y tan ignorante, incluso, de su propia sabiduría, se impone ante la época que le tocó padecer, sufrir, gozar, con la fuerza necesaria para convertir a los protagonistas de aquellos tiempos en poco más, o poco menos, que sus ilustres contemporáneos.
Con todos ustedes: Rachel.
Notas:
[1] Roberto González Echevarría: Lecturas y relecturas. Estudios sobre literatura y cultura, Editorial Capiro, Santa Clara, 2013, p. 295.
[2] Yamíl Díaz Gómez: Compañeros poetas, Ediciones Matanzas, Matanzas, 2019, p. 54.
[3] Ibídem, p. 58.
[4] Miguel Barnet: Canción de Rachel, 2017, versión epub. Archivo personal del autor.
[5] Ídem.
[6] Emmanuel Tornés Reyes: Hispanoamérica y la narrativa del posboom. Otra mirada en torno a su poética, Sed de Belleza Ediciones, Santa Clara, 2016.
Con todos ustedes: Rachel