Cartografía aleatoria

Por:  Reydi Zamora Rodríguez

Colonización y resistencia. El grafiti como acto político: La obra de Taiko

La ciudad es un vasto mapa en constante reescritura, un territorio donde las historias de quienes la habitan se superponen como capas de pintura sobre un lienzo desgastado. Colonizar el espacio urbano es trazar nuevos límites en ese lienzo compartido, inscribir signos que transforman lo cotidiano en un acto de apropiación simbólica. Cada grafiti es una bandera clavada en un terreno sin dueño, una declaración de que este fragmento de ciudad ahora lleva la huella de quien lo intervino.

En este contexto, la obra de Taiko[i], -grafitero singular que ha colonizado La Habana con sus piezas- se convierte en un acto de cartografía aleatoria. Sus figuras antropozoomorfas[ii] marcan un territorio visual dentro de ciudad. Sus líneas blancas, como ríos que irrumpen en un mapa, recorren puertas, muros y rejas con la determinación de reconfigurar la identidad de esos espacios. Estas figuras no solo intervienen, sino que desplazan, como colonos que reclaman la tierra en nombre de una nueva narrativa. Cada muro grafiteado es un manifiesto, una marca que exige ser vista y recordada.

Sin embargo, esta colonización simbólica está cargada de paradojas. ¿Es el grafitis un acto de liberación o una forma de violencia hacia lo colectivo? En un espacio que debería pertenecer a todos, cada intervención redefine los términos de lo común, cuestionando si lo que es de todos realmente puede seguir siendo de nadie. En el arte urbano de Taiko, la ciudad se convierte en un campo de batalla visual, donde se negocia constantemente el poder sobre el espacio público.

La obra de este artista se inserta dentro del vasto y complejo entramado de significados que caracteriza las ruinas de esta ciudad apuntalada. A través de la intervención del espacio público con figuras antropozoomorfas cargadas de simbolismo, el artista plantea un discurso que trasciende lo meramente visual para situarse en un territorio político y poético. La ciudad, como espacio dinámico y en constante transformación, se convierte en un lienzo que Taiko utiliza para resignificar la relación entre sus habitantes, el lenguaje y los símbolos.


La Habana, con su arquitectura desgastada y su historia cargada de luchas y contradicciones, es un territorio simbólico que invita constantemente al diálogo entre lo tradicional y lo contemporáneo. En este contexto, el grafiti no es simplemente una intervención estética; es un acto de apropiación del espacio público que desafía las narrativas oficiales. Cada figura que aparece en una pared o puerta es una declaración de presencia, un recordatorio de que el espacio urbano no es estático, sino que está en constante negociación entre el poder, la cultura y la comunidad.

La ciudad puede entenderse como un texto que se escribe y se reescribe continuamente. En este sentido, sus obras actúan como signos que interrumpen y enriquecen este texto, proponiendo una nueva gramática visual. Estas figuras, con sus líneas simples pero cargadas de intencionalidad, son símbolos que reconfiguran el espacio y lo transforman en un lugar cargado de significado. A través de esta intervención, el artista reclama el derecho a narrar la ciudad desde una perspectiva personal y colectiva, desafiando las jerarquías visuales impuestas.

Colonización a través de los símbolos

El concepto de colonización no se limita a la conquista física de un territorio; también implica la imposición de un sistema simbólico que reordena las percepciones y las relaciones con el espacio. En este sentido, la obra de Taiko puede interpretarse como una forma de colonización simbólica que transforma el paisaje urbano mediante la introducción de nuevas marcas visuales. Estas marcas, que combinan elementos humanos y animales, son metáforas de una identidad híbrida que desafía las categorías rígidas y propone una visión más fluida y dinámica de la ciudad.

Los símbolos son herramientas poderosas de colonización porque operan en el nivel de lo inconsciente. Una vez introducidos en el espacio empiezan a formar parte del tejido visual y cultural del lugar, reconfigurando las percepciones de quienes lo habitan. Las figuras realizadas por el grafitero, con su carácter enigmático y totémico, actúan como nodos de significado que invitan a los espectadores a interpretar y reinterpretar su entorno. Esta capacidad de los símbolos para generar múltiples lecturas es lo que les da su poder colonizador: no imponen un significado único, sino que abren un abanico de posibilidades que se adaptan a las experiencias y contextos de cada espectador.

Si bien los símbolos pueden ser herramientas de colonización, también son medios de resistencia. En el caso de Taiko, sus figuras no solo colonizan el espacio urbano; también lo liberan al proponer una nueva narrativa visual que cuestiona las estructuras de poder y autoridad. El grafiti, como medio artístico, tiene una larga tradición de resistencia al sistema, y la obra de Taiko se inserta en esta tradición al utilizar el lenguaje visual como un medio para desafiar el status quo.

El lenguaje, tanto verbal como visual, es una herramienta de poder que puede ser utilizada para controlar o para emancipar. En su obra, se despliega un lenguaje visual que se apropia de los códigos del grafiti y los transforma en un sistema simbólico propio. Este sistema no busca imponer un mensaje unívoco, sino generar un diálogo abierto que invite a los espectadores a reflexionar sobre su relación con el espacio y con los demás. De esta manera, el lenguaje de Taiko se convierte en un acto de resistencia que desafía las normas establecidas y abre nuevos horizontes de significado.

Cartografía aleatoria: la construcción de un mapa visual

El término "cartografía aleatoria" hace referencia al carácter espontáneo y no planificado de las intervenciones del artista. Cada figura se inserta en un lugar específico, pero no sigue un plan maestro; más bien, responde a las dinámicas del entorno y a la intuición del artista. Este enfoque crea un mapa visual que no obedece a las reglas de la cartografía tradicional, sino que se basa en la subjetividad y la creatividad.

Estas figuras representadas convierten a La Habana en un palimpsesto donde las capas de historia, arquitectura y cultura se entremezclan con las nuevas marcas visuales. Cada intervención es un punto en este mapa, un nodo que conecta el pasado con el presente y el arte con la vida cotidiana. Esta cartografía aleatoria no solo reconfigura la visualidad de la ciudad, sino que también transforma su significado, convirtiéndola en un espacio de encuentro y reflexión.

El espacio público es, por definición, un espacio compartido donde convergen múltiples intereses y narrativas. Sin embargo, en muchas ciudades, este espacio está controlado por instituciones que determinan qué es visible y qué no. La obra de Taiko desafía este control al introducir un nuevo discurso visual que no depende de las instituciones, sino de la interacción directa entre el artista, el espacio y la comunidad.

Al intervenir espacios como muros, puertas y rejas, el artista resignifica estos elementos funcionales y los convierte en lienzos cargados de simbolismo. Este gesto no solo transforma la percepción del espacio, sino que también cuestiona las nociones de propiedad y autoridad. ¿De quién es el espacio público? ¿Quién tiene derecho a intervenirlo?

La figura antropozoomorfa como símbolo de resistencia

Las figuras antropozoomorfas de Taiko son más que simples formas; son símbolos que condensan una serie de significados relacionados con la identidad, la comunidad y la resistencia. La fusión de lo humano y lo animal en estas figuras refleja una visión del mundo en la que las categorías rígidas se desdibujan, abriendo paso a una identidad híbrida y plural.

En el contexto de La Habana, estas figuras adquieren un significado particular. La ciudad, con su historia de colonización y resistencia, es un lugar donde las identidades están en constante negociación. Las figuras, al combinar elementos humanos y animales, con forma de cráneo, proponen una visión de la identidad que no se define por las fronteras, sino por las conexiones. Este enfoque tiene un fuerte componente político, ya que desafía las nociones de pureza e identidad fija que han sido utilizadas históricamente como herramientas de opresión.

El arte de Taiko no es neutral; es un acto político que cuestiona las relaciones de poder en el espacio urbano. Al intervenir el espacio público, el artista se posiciona como un agente de cambio que utiliza el arte para reclamar el derecho a narrar la ciudad desde una perspectiva alternativa. Esta postura tiene un fuerte componente emancipador, ya que devuelve el poder de crear y transformar el espacio a la comunidad.

Colonización del espacio público: lo que es de todos es de nadie

Sin embargo, el grafiti, como manifestación de apropiación, también plantea una paradoja: ¿puede la colonización simbólica del espacio público ser violenta hacia el mismo principio de lo común? En la práctica, el espacio público se entiende como un lugar de convivencia colectiva donde todos tienen derecho a existir y a expresarse. Pero esta concepción ideal choca con la realidad de un espacio donde lo que es “de todos” puede terminar siendo “de nadie”.

El grafiti, al apropiarse de estos espacios colectivos, puede ser visto como un acto de violencia hacia lo que pertenece a todos. Al imponer una marca visual, el grafiti introduce una narrativa específica en un espacio que podría haber sido neutral o accesible para otras manifestaciones. Esta tensión es evidente en la obra de Taiko: sus figuras antropozoomorfas se convierten en signos dominantes que reconfiguran el espacio según su propio sistema simbólico. Aunque estas intervenciones abren diálogos y democratizan el acceso al arte, también imponen una identidad visual que desplaza otras posibles narrativas.

El acto de marcar lo que es de todos puede ser interpretado como un ejercicio de poder. A través de su arte, reclama un espacio que, en teoría, debería ser compartido. Pero este reclamo no está exento de contradicciones, ya que establece una presencia que podría ser percibida como excluyente o invasiva. Este conflicto inherente refleja la naturaleza ambivalente del grafiti: es, al mismo tiempo, un acto de resistencia y una forma de colonización.


 

[i] Nombre artístico del grafitero que prefiere no dar su nombre para no ser reconocido.

[ii] Neologismo que existe como término y es empleado para referir a una figura con forma animal-humana.

AHS 5 de febrero de 2025
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