Erosión simbólica: El reparto y la banalización de la cubanía en la era del consumo global

«Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas».
José Martí
 Por: Náyade Duany


La cultura, como ente vivo, se debate entre la preservación de sus raíces y la inevitable transformación que imponen los tiempos. Para una organización como la nuestra que se asume vanguardia —selectiva en su composición, heredera de un legado intelectual y artístico—, el desafío no radica únicamente en resistir la banalización de lo efímero, sino en discernir qué elementos de lo nuevo pueden dialogar con lo tradicional sin fracturar la identidad. ¿Cómo sostener la coherencia entre los valores fundacionales y las pulsiones de una sociedad en cambio constante? ¿Es posible ser vanguardia sin caer en la elitización o en la complacencia hacia lo masivo? 

 El debate  de lo Selectivo vs. lo Popular: ¿Una Falsa Oposición?

El reparto cubano, género musical emergente, encarna esta tensión. Sus críticos señalan que, aunque arraigado en lo local, sus letras reflejan una decadencia social, alejándose de la riqueza narrativa de la rumba, el hip-hop comprometido, o el rap con su carga política. Sin embargo, cabría preguntarse: ¿no es acaso el reparto un síntoma antes que una causa? Si sus textos exaltan la vulgaridad o el materialismo, ¿no revelan fracturas económicas y morales preexistentes en la sociedad? La música popular nunca ha sido un espejo inocente: es un territorio de disputa donde se proyectan deseos, frustraciones y contradicciones. ¿Debe la vanguardia rechazar lo que no se ajusta a su canon estético, o más bien intervenir críticamente en ello? 

 Cultura y Descolonización: ¿Qué Significa Defender lo Nuestro?

El reparto, pese a su origen cubano, no contribuye a la descolonización cultural, pues reproduce patrones sonoros y temáticos de géneros foráneos como el reggaetón. No obstante, ¿no es el ajiaco cultural un rasgo inherente a la cultura cubana? La rumba misma nació de sincretismos africanos e hispanos, y el son cubano se nutrió de influencias que hoy consideramos auténticas. ¿Dónde trazar la línea entre apropiación creativa y copia colonizada? La crítica debe evitar esencialismos: lo auténtico no es estático, sino un proceso de resignificación constante.  Sin embargo, la crítica debe ir más allá de lo estético: ¿quién impulsa estos patrones y con qué fines? Las plataformas digitales, gobernadas por algoritmos diseñados por élites globales, priorizan contenidos que exotizan y mercantilizan identidades latinoamericanas. Estas élites financian fenómenos como el reparto cubano  o Bad Bunny, promocionándolos como "auténticos" en el Sur global, mientras protegen a su propia juventud en Europa y Estados Unidos de consumirlos, relegándolos a un entretenimiento superficial para audiencias marginalizadas. Es una dinámica neocolonial: los ritmos se disfrazan de locales, pero el control sigue en manos ajenas. El reparto, en este ecosistema, es un síntoma de un problema mayor: la economía de la atención, que convierte la cultura en mercancía de usar y tirar. Mientras los representantes de este género acumulan millones de streams, sus letras —y las de muchos temas de reparto— refuerzan estereotipos que las élites jamás tolerarían en sus contextos. ¿Por qué en Cuba celebramos lo que ellos desprecian? No se trata de rechazar lo masivo, sino de cuestionar quién se beneficia de esta asimetría.   El género en cuestión no es solo una copia del reggaetón, sino un peón en una estrategia de dominación cultural donde lo cubano se reduce a un branding tropical para consumo rápido. La tarea de la vanguardia, entonces, no es solo cuestionar las letras vacías, sino desafiar las arquitecturas algorítmicas que imponen jerarquías coloniales bajo la fachada de la viralidad.Por otro lado, es válido cuestionar si el reparto aporta algo distintivo a nivel musical. Mientras el hip-hop cubano ha construido discursos sobre la marginalidad urbana, y la rumba articula resistencias simbólicas, el reparto parece reducirse a una hipersexualizacion sin trascendencia. Pero incluso aquí surge una contradicción: ¿no fue el danzón, en su época, tachado de frívolo por las élites? ¿Cómo distinguir entre lo que es mal gusto histórico y lo que es genuina degradación cultural? 

 Viralidad vs. Profundidad: El Arte como Escudo y Espada

La queja de que el arte nos hiere por no usar correctamente el escudo sugiere una crisis de mediación. Las instituciones culturales enfrentan el reto de que contenidos superficiales se viralicen, mientras obras de mayor complejidad quedan confinadas a circuitos minoritarios. Pero la viralidad no es neutral: responde a intereses de plataformas que nos ven como datos, no como pueblos. Los algoritmos, creados por élites que nunca bailarían reparto en sus salones, convierten lo popular en mercancía desprovista de crítica. Mientras en Cuba se debate si el reparto es "auténtico", en Madrid o Nueva York esas mismas élites lo etiquetan como "música latina" para fiestas, nunca para referencia positiva. Es un doble estándar: lo que en el Caribe se consume como identidad, en el Norte se consume como chatarra latina . La verdadera descolonización exige romper este ciclo: crear narrativas que no se vendan al estereotipo, sino que subviertan los códigos impuestos desde centros de poder ajenos.

Pero, ¿es la viralidad enemiga del arte? O por el contrario ¿podría ser un espacio para subvertir los códigos dominantes? El problema no está en los soportes, sino en la capacidad de generar narrativas que sin renunciar a la calidad, interpelen a las mayorías. 

 La AHS , como proyecto vanguardista, podría replantearse su rol: ¿debe actuar como filtro selectivo o como catalizador de diálogos? Excluir al reparto por considerarlo "inculto" podría reforzar una brecha entre institución y calle, perpetuando la idea de que la alta cultura es un privilegio de pocos. En cambio, ¿qué sucedería si se promovieran talleres donde músicos de reparto confrontaran sus líricas con poetas o trovadores? La crítica no debe ser un muro, sino un puente hacia la reflexión. 

 El arte no se salva escondiéndose de lo vulgar, sino redimiéndolo con ingenio y rigor. La verdadera vanguardia no juzga desde lejos: se ensucia, debate y transforma. ¿Está la AHS lista para dejar de ser faro y convertirse en incendio?

  Hacia una Vanguardia Dialógica

Ser vanguardia en el siglo XXI exige abandonar la dualidad entre pureza y contaminación. La cultura cubana ha sobrevivido no por su aislamiento, sino por su capacidad de absorber, criticar y reinventar influencias. Pero hoy, el desafío es también tecnológico: ¿cómo evitar que los algoritmos —diseñados para homogenizar— definan lo que es "cubano"? Las élites globales financian el reparto no por amor al arte, sino porque encaja en su modelo de cultura desechable: ritmos pegajosos para distraer, no para emancipar. Mientras, sus hijos escuchan sinfonías o indie rock, géneros considerados "de calidad" en sus circuitos. La vanguardia debe denunciar esta hipocresía: no basta con crear, hay que hackear los sistemas que convierten el arte en herramienta de control. Si el reparto quiere ser parte de la resistencia, debe dejar de ser cómplice de algoritmos que nos reducen a una *playlist *de resistencia fingida.

En lugar de temer al reparto, habría que interrogarlo: ¿qué vacíos llena? ¿Qué ausencias en la institucionalidad permiten que florezca? La tarea no es expulsar lo incómodo, sino crear marcos donde lo popular y lo crítico se fertilicen mutuamente. Solo así el arte será verdaderamente un escudo —protector de esencias— y una espada —capaz de cortar las ataduras del inmovilismo—.

 Preguntas para una Vanguardia en tiempos de  construcción.
  • ¿Cómo diferenciar entre la cultura popular y la vulgarización de la cultura?

La cultura popular es un diálogo vivo entre tradición y contemporaneidad, arraigado en necesidades colectivas. Su autenticidad se mide no por su masividad, sino por su capacidad de reflejar con dignidad las contradicciones de un pueblo. La vulgarización, en cambio, es la caricatura que convierte lo popular en mercancía desprovista de crítica, donde lo autóctono se reduce a clichés para consumo rápido. La rumba nació en solares marginales, pero trascendió al codificar resistencia; el reparto, en su peor versión, puede quedarse en explotar estereotipos para likes. El límite está en preguntarse: ¿esto dignifica o degrada? ¿Reproduce cadenas o las cuestiona? 

  •  Si el reparto refleja a la juventud cubana, ¿qué condiciones socioeconómicas lo explican?

El reparto no es un monstruo autónomo, sino un síntoma de fracturas: desempleo juvenil, acceso limitado a educación artística y una economía que premia la inmediatez sobre la profundidad. Cuando el estado no ofrece canales para la creación crítica, el vacío lo llenan algoritmos que glorifican la hipersexualizacion. La Asociación debería preguntarse: ¿cómo esperamos poesía de quien sobrevive a la crisis? En vez de satanizar el género, la vanguardia debe exigir políticas culturales que transformen las condiciones que lo alimentan. Sin justicia social, no hay arte liberador. La AHS debe denunciar cómo las élites globales financian géneros que degradan nuestra identidad, mientras cuidan su propio imaginario cultural.

  •   ¿Puede un género ser descolonizador si reproduce machismo y racismo?

No. El colonialismo no solo saquea recursos, sino que implanta jerarquías de opresión (blanco sobre negro, hombre sobre mujer). Un género que celebra esas jerarquías es un caballo de Troya: ritmo local, mentalidad colonizada.

El hip-hop cubano de los 90 logró ser descolonizador porque usó el sonido estadounidense para denunciar el racismo local. El reparto, en cambio, puede caer en autocolonización: empaquetar para el mercado lo que el poder siempre ha dicho de los marginados (son violentos, hypersexualizados). La descolonización exige romper espejos, no pulirlos para que repitan mentiras. 

  •  ¿Ignorar el reparto es elitismo?

Sí, si la AHS se recluye en salones a discutir a Carpentier y Navarro Luna mientras miles bailan reparto en las calles. Pero el antídoto no es abrazarlo acríticamente, sino intervenir con audacia. La vanguardia no debe temer al barro, sino moldearlo. ¿O acaso la rumba no nació en los márgenes antes de ser Patrimonio de la Humanidad? 

  •   Libertad creativa vs. responsabilidad social: ¿qué pesa más?

La disyuntiva es falsa. Toda libertad conlleva responsabilidad: no se trata de censurar, sino de cultivar conciencia. ¿De qué sirve el "arte libre" si su mensaje encarcela a otros en estereotipos? Proponer un código ético negociado, no impuesto: mesas de diálogo entre artistas del reparto, críticos y movimientos sociales. Que la autocensura nazca de la reflexión, no del miedo.

  •  Hacia una vanguardia que no tema ensuciarse las manos: ¿Cómo evitar que la defensa de la identidad se convierta en nostalgia paralizante?

La identidad no es un museo, sino un río. Si nos anclamos a recordar el pasado —ya sea la trova de los 70 o el hip-hop combativo de los 90—, ahogamos el presente. Pero tampoco podemos permitir que lo nuevo arrastre consigo la dignidad. El reparto, con su ritmo contagioso y letras a menudo vacías, es un síntoma de una generación que creció entre apagones y VPNs. No podemos ignorarlo, pero no todo lo que nace de la necesidad merece un altar. La nostalgia paraliza; la vanguardia debe ser un crisol donde lo tradicional y lo contemporáneo se fundan, pero sin permitir que el barro opaque el brillo de lo esencial. 

  •   Si el arte es "escudo y espada", ¿contra qué enemigos luchamos hoy?

Luchamos contra tres fantasmas: 

- La homogenización globalizadora, que nos reduce a un "sabor exótico" para turistas y algoritmos. 

- La apatía de una juventud, que confunde likes con legado y sobrevive entre el boom ,el wow y la resignación. 

- Nuestra propia cobardía,para exigir más a lo popular por quedar bien con dios y el diablo. 

 El reparto no es el enemigo, pero cuando sus letras glorifican el machismo, el materialismo o la violencia, se convierte en un caballo de Troya del colonialismo cultural. ¿De qué sirve un ritmo cubano si su mensaje repite las cadenas que supimos romper en 1959? 

  •   ¿Puede lo selectivo ser democrático?

Sí, si democratizamos el acceso y rebajamos la exigencia. La alta cultura no es un lujo, es un derecho. Pero no se trata de llevar sinfonías a los barrios para civilizar, sino de crear puentes.

Lo selectivo no es elitismo: es calidad sin concesiones. Si el reparto quiere entrar a la vanguardia, debe ganárselo, no colarse por compasión. 

  •   ¿Qué hacer cuando lo decadente es la banda sonora de la juventud?

Entender el contexto no es justificar el contenido. Si un joven canta sobre resolver  a costa de su dignidad, hay que preguntarse: ¿Quién le robó los sueños colectivos? ¿Por qué el Estado no ofrece canales para que su arte critique en vez de reproducir?

No se trata de censurar, sino de exigir evolución. Lo que no aporta, se deja ir. Como dice la canción: "No es lo mismo ser vivo que estar vivo".

  •  ¿Es posible construir una estética nacional que dialogue con lo global sin rendirse?

Cuba lo ha hecho siempre: el mambo desafiando al jazz,el jazz se hizo cubano en la voz de Bola de nieve y el rap cubano reinventando el rap yanqui. La clave está en mezclar sin claudicar. El reparto podría ser legítimo si, en vez de copiar el reggaetón, absorbiera la riqueza rítmica de la rumba o la ironía de la trova. Pero hoy, en su mayoría, es un producto de consumo rápido, diseñado para plataformas que nos ven como *branding* tropical.  El arte cubano no puede seguirle el juego a quienes nos ven como un tropical. Si el reparto quiere ser parte de la vanguardia, debe romper con los algoritmos que lo encadenan. Mientras tanto, nuestra tarea es clara: incendiar los puentes que nos unen a la sumisión, y construir nuevos caminos donde lo popular no sea sinónimo de rendición. 

 ¿Dónde está la voz de los barrios que no se vende al estereotipo? Esa es la Cuba que la vanguardia debe amplificar: la que canta con autenticidad, no la que baila para cumplir cuotas de viralidad impuestas desde Silicon Valley. El arte cubano no puede permitir que su escudo —la identidad— sea usado por otros como disfraz, ni que su espada —la crítica— se oxide por complacer algoritmos. La lucha no es solo contra el machismo en las letras, sino contra los dueños de las plataformas que nos imponen qué escuchar. Si la AHS quiere ser incendio, debe quemar, primero, las cadenas digitales que disfrazan colonialismo de entretenimiento.

  •  ¿Puede el reparto ser parte de la vanguardia?

 Sí, pero con condiciones radicales. 

La vanguardia no es un club donde entra cualquiera: es un espacio de lucha. El reparto tiene derecho a existir, pero no a ocupar el lugar de géneros que sí construyen identidad con dignidad. La AHS  no debe ser moda pues la moda misma es efímera y sin fundamentos ,tan solo una tendencia entre tantas y nuestra  organización es más que eso.Si el reparto no defiende  lo que defendemos ,las razones "¿Porqué luchamos?" que se quede en la periferia. La vanguardia no es un título, es un compromiso con el arte que dignifica. 

¿Debe el arte ser responsable o romper todos los límites? La solución cubana yace en José Martí: "Ser culto es el único modo de ser libre". La transgresión vacía (como el reggaetón misógino) no libera, encarcela.

 

 

AHS 1 de agosto de 2025
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